domingo, 15 de mayo de 2016

EL ARTE PALEOCRISTIANO: DE LA SOMBRA DE LA CLANDESTINIDAD AL ESPLENDOR

Lourdes M. Wasinger
Rebeca N. Iorio
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires


En el presente trabajo monográfico se analizará la influencia que tuvo el Cristianismo, religión monoteísta proveniente de Oriente, en el arte de la ciudad de Roma, desde su aparición hasta el S. VI d. C. aproximadamente cuando se produjo la instalación de los pueblos bárbaros en el Imperio Romano de Occidente. Cabe destacar que el arte cristiano de los primeros tiempos se denomina arte Paleocristiano, dado que, como su prefijo “paleo” lo indica, hace referencia al arte de los antiguos cristianos.
           

La elección del tema de debe a que resulta interesante poder estudiar y vincular cómo se desarrolló y se manifestó la religión cristiana en el arte, ya que todo movimiento artístico nos deja su huella del pasado y nos transmite continuamente ideas, sentimientos, creencias, formas de expresión, costumbres, entre otros. Además, es importante remarcar que el arte resulta atractivo para los docentes en el desarrollo de la tarea áulica. Al mismo tiempo que se inculca a los alumnos la comprensión y el amor hacia él, toda expresión artística es también una fuente para el historiador y un recurso pedagógico en el cual los alumnos pueden obtener información sobre una época.


La intención del mismo es obtener conocimientos de los legados que nos dejó el Cristianismo en el arte y, luego de su respectivo análisis, poder relacionar las fuentes artísticas con los conocimientos históricos comprendidos y estudiados.


Para comenzar con el análisis debemos indicar que en la realización del mismo se utilizó bibliografía específica en relación a la Historia del Arte e imágenes sobre el tema.

Así, la monografía constará de las siguientes partes:
       I.            Contexto histórico en el que surgió el cristianismo en el Imperio Romano
    II.            El Arte Paleocristiano y sus características
 III.            Conclusión
 IV.            Bibliografía

I.                   Contexto histórico en el que surgió el Cristianismo en el Imperio Romano

Desde tiempos remotos, la religión que se profesaba en el Imperio Romano era la politeísta. Cada familia tenía sus propios dioses y sus rituales particulares, como también lo tenían, luego, las ciudades cuando se conformaron. Así lo expresó Fustel De Coulanges: “La tribu, como la familia y la fratría, estaba constituida para ser cuerpo independiente, puesto que tenía un culto especial, del que estaba excluido el extraño. (…) Dos tribus no podían fundirse en una; su religión se oponía. Pero, así como varias fratrías se habían unido en una tribu, varias tribus pudieron asociarse, a condición de que se respetase el culto de cada cual. El día en que se celebró esta alianza, la ciudad nació. […] Lo cierto es que el lazo de la nueva asociación siguió siendo el culto. […] En religión siguió subsistiendo una muchedumbre de pequeños cultos, sobre los cuales se estableció un culto común…”[1].


Sin embargo, en el corredor sirio-palestino, en la región de Judea se profesaba el judaísmo, una religión monoteísta que basa sus enseñanzas en la Torá. Durante el S. I d.C. la región fue convertida en provincia romana y, a raíz de esto, la población judía se dividió de acuerdo a sus intereses. Por un lado, la aristocracia y los sacerdotes aliados a los gobernantes romanos porque les mantenían sus privilegios. Por el otro, el resto de los judíos que se empobrecían cada vez más debido a los altos impuestos que debían pagar al Imperio Romano y acentuaba el descontento de la población. Otro de los motivos, por los que muchos judíos rechazaban el predominio romano en la región, se debía al culto pagano que no correspondía con sus tradiciones religiosas.


En este contexto, Jesús de Nazareth apareció como un revolucionario que se opuso al gran imperio gracias a los postulados que predicaba entre sus seguidores.  Estaba en desacuerdo con la opresión de los romanos y con aquella aristocracia que se beneficiaba de los flagelos tributarios impuestos al pueblo judío. Su prédica se basaba en la continuación del monoteísmo, ya que el Cristianismo deriva de la religión Judía,  en la justicia y en la equidad. Además, el amor al prójimo y el arrepentimiento era fundamental para poder construir una sociedad más justa y, luego, pertenecer al Reino de los Cielos. Así lo afirma Harry Boer: El mensaje de Jesús era sencillo. Él predicaba que el reino de Dios estaba cerca y que los hombres podían entrar en él por medio del arrepentimiento y la fe en el evangelio (Mr 1:14-15). El arrepentimiento que Jesús requería era por la desobediencia a la ley de Dios. Esta ley estipulaba que los hombres debían amar a Dios por sobre todo y a su prójimo como a sí mismos (Mt 22:34-40). El amor es el cumplimiento de la ley”.[2]


Estos preceptos iluminaron y atrajeron a gran cantidad de personas que no tenían una vida digna a causa de la explotación que vivían día a día en manos de los romanos.  Jesús comenzó a ser llamado ‘Mesías’, ‘el Hijo de Dios’ o ‘Cristo’ y  se ganó la enemistad de los romanos y la aristocracia judía. Fue acusado de traidor porque no respetaba el culto del Imperio y fue crucificado en tiempos del gobernador romano Poncio Pilatos hacia el año 33 d. C. aproximadamente. Luego de su muerte, el Cristianismo se extendió a diversos lugares a través de sus seguidores que comunicaban las enseñanzas del ‘Mesías’. Jouco Bleeker y Widengren afirman al respecto: Poco después de la muerte de Jesús—cuya fecha exacta no es posible dar—el cristianismo empezó a difundirse más allá de los límites de Palestina”[3].


Sin embargo, la expansión de la nueva religión monoteísta no fue sin sobresaltos. Su expansión planteó problemas con el Estado romano. Los profesores Marcel Simon y André Benoit comentan: “El desarrollo y la expansión del Cristianismo plantearon en seguida el problema de las relaciones entre la Iglesia y el Imperio. ¿Cómo reaccionaría el poder ante esta nueva sociedad religiosa? […] Por lo que al Imperio se refiere, hubo una progresiva toma de conciencia del peligro que para él representaba la existencia y el rápido desarrollo del cristianismo, al que veía como un cuerpo extraño y capaz, a la larga, de poner en peligro su cohesión interna”[4]. El peligro que representaban los cristianos se debía a que se negaban a participar de los rituales paganos y esta decisión era tomada como un grave delito por las autoridades romanas, ya que la negativa a participar podía provocar graves infortunios al Imperio. Por este motivo, comenzaron las persecuciones a los cristianos en todo el vasto imperio. Hubo dos etapas de persecución: entre los S.I y II d.C eran de carácter local impuestas por el gobernador para mantener el orden y entre los S. III y IV d.C de carácter general, ya que eran impuestas por el emperador. A partir de ese momento, las persecuciones se transformaron en política del estado imperial porque los cristianos no se alistaban en el servicio militar para no matar, no participaban del juramento al Emperador y trastocaban el orden social con la predicación de la igualdad entre todos los seres humanos. Por lo tanto, las persecuciones no se realizaban por cuestiones de fe, si no por poner en peligro el orden impuesto desde el imperio. Al respecto, el historiador argentino José Luis Romero explica: “En el siglo III el número de creyentes era ya tan crecido que el estado podía considerar al cristianismo como un peligro público. No podía temerse, naturalmente, una conjuración para apoderarse del poder; pero una imprecisa sospecha advertía de la existencia de otros peligros reales…”[5].


Durante el S. III, se promulgaron decretos imperiales para debilitar y desorganizar al Cristianismo. Se les prohibió que practicaran públicamente su culto y las reuniones en los cementerios. Los desobedientes eran condenados a muerte, se atacaba a la jerarquía de la Iglesia para que no haya líderes y se confiscaban los bienes de la Iglesia como de sus fieles. Hubo persecuciones muy sangrientas y la última se realizó bajo el reinado del emperador Dioclesiano entre los años 303 a 305 d.C. El objetivo central era eliminar a esta religión del mundo romano. Es importante aclarar que para el historiador Peter Brown, los cristianos no fueron perseguidos en todo momento y, para él, este pensamiento se asocia a un mito: “Lo cierto es que no tiene sentido el mito romántico, surgido en una época muy posterior, que hace de los cristianos una minoría acosada en todo momento, literalmente obligada a refugiarse en las catacumbas de una persecución incansable”[6].


Sin embargo, las decisiones de los emperadores anticristianos no tuvieron el éxito que se esperaba. Los cristianos no rehuían de su fe en el Dios único y los mártires (cristianos que murieron en la defensa de sus creencias) eran el ejemplo a seguir por el resto de la comunidad. A raíz de esto, el emperador Constantino reconoció a la Iglesia cristiana para encontrar en ella una aliada que no trastoque la base de su poder: “…es cierto que esta ‘conversión’ no perjudicó, sino todo lo contrario, a los objetivos políticos de Constantino: éste comprendió la importancia que el Cristianismo iba a tener para su futuro político, y jugó la carta del Imperio cristiano tanto en el plano político como en el personal”[7].


De esta manera, en el año 313 d.C. se promulgó el “Edicto de Milán” en el cual se declaró la tolerancia para los seguidores de la religión Cristiana y comenzar una nueva etapa de relaciones con la Iglesia. Hacia el año 325 d.C. se convocó el “Primer Concilio de Nicea” para establecer definitivamente la doctrina cristiana contra las herejías* que estaban circulando dentro del Imperio. Finalmente, el emperador Teodosio I en el año 380 d.C. declaró al Cristianismo religión oficial del Imperio Romano mediante el “Edicto de Tesalónica”. A pesar de este vuelco religioso y del triunfo del Cristianismo, el paganismo se mantuvo un tiempo prolongado en la vida de los romanos, incluso en la cotidianeidad de algunos conversos: “…el paganismo estaba demasiado enraizado en el corazón de todos los cristianos bautizados, siempre dispuesto a reaparecer en forma de ‘reminiscencias paganas’. El mensaje fundamental de la cristianización…no hablaba de triunfo absoluto. Hablaba antes bien de un pasado aún no superado que ensombrecía perennemente el avance del presente cristiano”[8]


Es en este contexto histórico de persecuciones, muertes y, luego, tolerancia hasta proclamar al Cristianismo como religión oficial en el que se desarrolló un arte cargado de simbolismo denominado “Arte Paleocristiano”.

II.                El Arte Paleocristiano y sus características

Una de las características predominantes del Arte Paleocristiano fue su influencia religiosa y, sobre todo, simbólica en los primeros tiempos del surgimiento del Cristianismo en todo el Imperio Romano. Juan Plazaola Artola**, en la introducción de su libro titulado “Historia del Arte Cristiano”, aclara que la utilización de las dos palabras “arte cristiano” nos introduce en un problema, ya que Jesús de Nazareth no ha dejado ningún testimonio sobre la creación artística y su anuncio de la Buena Nueva no inducía a sus seguidores a un culto que contribuya a las “artes plásticas”. El mismo autor realiza una división en su libro en torno al Arte Paleocristiano que abarca dos capítulos: una parte inicial denominada “El primer arte cristiano (hasta el 313)” y el segundo capítulo “Dos siglos de Crecimiento (313-526)”[9].


Juan Plazaola Artola explica que las primeras comunidades cristianas heredaron de los judíos la prevención de un arte representativo para evitar caer en la idolatría y adoptaron un lenguaje simbólico. Asimismo, la religión cristiana, a medida que se expandía por la zona mediterránea, era influenciada por la cultura helenística que se caracterizaba por su decoración,  su arte ornamental y el retrato de sus dioses.


Los primeros cristianos se reunían en casas particulares para celebrar sus prácticas religiosas y, sólo más tarde, se utilizaron las basílicas para la realización de los mismos. Según Juan Plazaola Artola hay que desprenderse de la idea de “templo” para celebrar la liturgia religiosa, ya que cualquier lugar era útil para hacerlo. Al respecto, Peter Brown dice: “Las iglesias cristianas del siglo III probablemente fueran algo bastante más humildes que todo eso, simples salas de reunión dispuestas en la estructura ya existente de las casas”.[10] Además, los especialistas en arqueología afirman que las iglesias primitivas fueron reacias a las imágenes. Por lo tanto, las figuras que comenzaron a adornar las paredes de las catacumbas y en los relieves de los sarcófagos fueron símbolos y alegorías que no son anteriores al S. III d.C. El sacerdote jesuita explica que son figuras rudimentarias, algunas eluden a la salvación como el Buen Pastor, a Adán y Eva en el paraíso, la curación del paralítico, la resucitación de Lázaro, entre otras.


Como Roma es la ciudad símbolo de la cristiandad en Occidente se encontraron en ella antiguas catacumbas, es decir, antiguos cementerios romanos excavados en la casa patricia de algún romano cristiano en el que se enterraban a los mártires y servían de escondite a los cristianos durante las persecuciones. Así lo expresa Diego Angulo Iñiguez: “Las únicas manifestaciones arquitectónicas de las primeras agrupaciones de cristianos son de carácter subterráneo y, artísticamente consideradas, muy pobres. Se reducen a los cementerios o catacumbas que, valiéndose del derecho de labrar enterramientos corporativos concedidos por las leyes romanas, excavan los cristianos, aprovechando en parte las galerías de las canteras abiertas en las afueras de la ciudad para obtener materiales de construcción”[11]. Sobre el tema, Arnold Hauser agrega lo siguiente: “Encontramos aquí un arte simple y popular, al menos en sus comienzos…”[12]


Una de las más antiguas catacumbas de Roma es la llamada de San Calixto” (figura 1) y también la cripta de Ampliato de la catacumba de Domitila y la Capella Graeca de la de Priscila. En palabras de Juan Plazaola Artola se explica lo siguiente: “Puede decirse que es en las paredes de esas altas y estrechas galerías, junto a una infinidad de inscripciones, donde nació el primer arte cristiano, un arte sencillo, ingenuo y casi doméstico. Las imágenes que empezaron a esbozar aquellos artistas parecen una ‘plegaria figurada’ más que catequesis o exposición doctrinal”[13]. Se utilizaron símbolos naturales como el pez (figura 2) o delfín, ya que esté gozaba de reputación entre los hombres y de ayudar a los náufragos; las palomas, que aluden a la eucaristía y la bienaventuranza; el fénix y el pavo real símbolos de la resurrección; los orantes (figura 3); el pastor con las ovejas simbolizando a Cristo (figura 4); el paraíso se representaba a través de un jardín idílico. Algunas de estas representaciones ya se utilizaban en el paganismo, pero ahora tienen una significación cristiana. También se buscó el simbolismo en ciertos pasajes de la Biblia. Por ejemplo: Noé salvando a su familia en el arca era sinónimo de un Cristo victorioso ante la muerte y salvando a su iglesia. Hacia principios del S. IV d.C. se advierten retratos más personalizados de los difuntos.


Es importante remarcar que la escultura era rechazada debido a la cercanía con los cultos paganos. Por lo tanto, lo que sí se encuentran en estos primeros siglos son los relieves de los sarcófagos en los que se hallan habitualmente las imágenes del pastor, temas bíblicos y la imagen del Filósofo que hacía referencia a que Cristo era el verdadero Maestro que poseía la verdadera sabiduría.


Los primeros cristianos quisieron hacer hincapié en el sentido que le dieron a aquellas manifestaciones artísticas. Ese sentido era la afirmación de que tenían un salvador: “’Tenemos un Salvador’, parece decirnos este primer arte cristiano, con una emotiva elocuencia”[14].


                                                    Figura 1: Catacumba de San Calixto


Figura 2. Pez y pan eucarísticos, pintura sobre la pared de la cripta de Lucina, en la catacumba de San Calixto.

Figura 3. Orante en la   Catacumba de Priscila.  


Figura 4. Fresco del Buen Pastor en la catacumba de Priscila.


Con el “Edicto de Milán” proclamado por Constantino comenzó una nueva etapa para el arte cristiano, ya que puso su autoridad a disposición del culto cristiano. Los emperadores que le sucedieron siguieron su ejemplo, sobre todo, Teodosio cuando proclamó al Cristianismo religión oficial del Imperio.


Los cristianos ya no debían ocultarse y necesitaban lugares amplios para la reunión de los fieles. Por lo tanto, el modelo de los templos paganos no les era útil, ya que eran pequeños para albergar a la cantidad de cristianos en el S. IV d.C. y en el interior sólo había un pequeño altar para colocar la estatua del dios. La solución fue tomar como modelo “…las grandes salas de reunión que en la época clásica habían sido conocidas con el nombre de basílicas, que aproximadamente quiere decir salas reales. Estas construcciones eran empleadas como mercados cubiertos y tribunales públicos de justicia…”[15]. La forma de la basílica era rectangular, el ábside semicircular fue empleado para el altar donde el sacerdote diría su homilía, la sala central en la que se congregaban los fieles fue llamada nave mientras que las salas laterales se las denominó alas (figura 5).


Más allá de la salida de la clandestinidad del arte cristiano, se seguía planteando el problema con respecto a la utilización de las imágenes sagradas. Sin embargo, en la segunda mitad del S. IV d.C., la Iglesia siguió pregonando las figuras simbólicas y hubo un acuerdo en que no debía haber estatuas en la casa de Dios, ya que se consideraba una herencia del paganismo. De lo contrario, en la pintura hubo otra visión sobre le tema. Las pinturas eran consideradas útiles porque tenían un tinte pedagógico al enseñar a través de ellas ciertos acontecimientos sagrados. Así, el papa Gregorio el Grande recordaba que las imágenes enseñaban a quienes no sabían leer ni escribir. El arte debía ser claro y sencillo para el entendimiento de los fieles. Además,  surgieron nuevos temas iconográficos como la representación del cordero, los apóstoles y una nueva figura de Cristo. Este ya no aparece solamente como un joven imberbe, si no que posee rasgos de señor, anunciando de alguna manera el triunfo de la Iglesia. En esta época de libertad religiosa hay un desarrollo de las pinturas en las catacumbas y, también, un auge por la devoción de las reliquias de los mártires. Con respecto a los sarcófagos, Juan Plazaola Artola manifiesta que son numerosos los relieves funerarios de los S. IV y V (figura 6). Cristo aparece en un lugar central y como un maestro entronizado.


La tranquilidad y el poder del Imperio Romano no iban a durar muchos siglos. La constante llegada de los bárbaros al Imperio Romano de Occidente provocaron la declinación del arte occidental perjudicando la empresa edilicia del tiempo anterior. A pesar de estos acontecimientos históricos, el sacerdote jesuita recalca que en Italia hubo dos excepciones que vale nombrarlas: la Basílica de Santa Sabina y la de Santa María la Mayor, ambas ubicadas en Roma.


La Basílica de Santa Sabina (422-440) (figura 7) posee una nave central alta y larga; flanqueada por dos naves estrechas, con enormes ventanas y veinticuatro columnas de hermosos mármoles. Pero lo que le ha dado fama son sus puertas de madera, de las que se han conservado dieciocho paneles en los que se tallaron escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. El más importante es el que posee la escena de la crucifixión de Cristo.


La Basílica de Santa María la Mayor (figura 8), construida por el papa Liberio (352-356), fue reconstruida por el papa Sixto III (432-440). En ella, las dos columnatas, sus entablamentos, los muros superiores y los mosaicos del arco triunfal dedicados a la Virgen María datan del S. V d.C.


No debemos olvidar que durante la época de Constantino se erigieron mausoleos o construcciones de planta circular como el que se encuentra en Roma referido a Santa Elena (figura 9). También a este tipo de templos de proporciones cuadradas pertenecen las capillas bautismales. Estas son de origen pagano, pero se las utilizaba en el cristianismo para la inmersión en el bautismo.


Para finalizar, es necesario remarcar lo que afirma el historiador del arte José Pijoán en relación al arte cristiano en la ciudad de Roma: “…la vida de la Iglesia primitiva en ningún lado puede verse plásticamente como en Roma; así como las catacumbas producirán al estudioso alguna desilusión, porque la mayor parte de sus frescos han desaparecido, las basílicas romanas de los dos primeros siglos después de la Paz de la Iglesia son tan abundantes, que causan singular sorpresa. Aunque el arte cristiano en Roma no hubiera hecho más que repetir lo que ya existía en las iglesias de Siria, siempre en Roma encontraríamos esos innumerables y grandiosos monumentos que la han consagrado como capital artística del cristianismo y el lugar más á propósito para aprender á conocer las creaciones estéticas de la nueva religión”[16]

                
          
                                                            
 Figura 5. Planta Basilical                                             Figura 6. Sarcófago de Giunio Basso





                                       Figura 7. Basílica de Santa Sabina en Roma.


                                       Figura 8. Basílica de Santa María la Mayor en Roma.



                                        Figura 9. Mausoleo de Santa Elena en Roma.

III.             Conclusión

Es importante hacer hincapié en las distintas etapas por las que transcurrió el Cristianismo desde su surgimiento en el corredor sirio-palestino, específicamente en la región de Judea donde la religión que se profesaba era la judía, y su expansión hacia otras zonas del Imperio Romano hasta la proclamación del “Edicto de Milán” por Constantino en el 313 d,C. En esas distintas etapas de la nueva religión monoteísta se observan diferencias importantes en la producción artística de los primeros cristianos. La ciudad de Roma es la elegida para observar estos cambios por ser la ciudad capital artística del Cristianismo en el Imperio Romano.


En los inicios, los primeros cristianos sufrieron fuertes persecuciones por tener marcadas diferencias con la religión del Imperio que era de carácter politeísta. Los cristianos no adoraban, ni realizaban sacrificios, ni participaban del culto a la cantidad de dioses que veneraban los romanos. Pero las persecuciones ordenadas por los emperadores comenzaron en los S. III y S. IV d.C., ya que consideraban que los cristianos ponían en peligro las bases del Imperio con la proclamación de la igualdad y amor al prójimo. En esta etapa, muchos cristianos debieron esconderse en las catacumbas y realizar allí sus rituales al Dios Único. Por consiguiente, la característica artística principal era la simpleza, lo tosco y, sobre todo, lo simbólico. En ocasiones se tomaron ciertas figuras con un pasado pagano, pero ahora tenían una nueva significación para el cristianismo. Además, trataron de evitar las representaciones de personas para evitar caer en una idolatría y, por tal motivo, las esculturas no son desarrolladas en esta etapa. Sólo se encuentran algunos sarcófagos con relieves que muestran pasajes bíblicos. A raíz de lo ya mencionado, el arte de los primeros cristianos era un arte clandestino.


Pero esa clandestinidad llegó a su fin en el s. IV con Constantino primero y luego con Teodosio I cuando decide proclamar al Cristianismo religión oficial del Imperio Romano. Así, el arte cristiano se retiró de las sombras para llenarse de luz y esplendor hasta la llegada de los bárbaros. Comenzó a florecer la arquitectura. Se tomó como base de las grandes iglesias la planta basilical para albergar a la cantidad de fieles que se reunían para escuchar la palabra de Dios a través de un sacerdote. Además, la cantidad de relieves en los sarcófagos aumentó y surgieron nuevos temas iconográficos. Con respecto a las imágenes, seguía habiendo una controversia importante, pero se resaltó la importancia de su finalidad pedagógica para los analfabetos.


De esta manera, conociendo la influencia y las huellas que dejó el Cristianismo en el arte, no sólo para los que se dedican a estudiar Historia sino también para cualquier sujeto histórico, es fundamental pensar que desde el arte también se puede interpretar y pensar la Historia como proceso. El arte debe ser una herramienta que nos acerque a vivir el pasado. Los docentes debemos tener en claro que las únicas fuentes que tenemos no son sólo los textos escritos. En el transcurso del S. XX  se accedió a una amplitud de las fuentes a las que debemos conocer y manejar. Así lo expresa Lucien Febvre: Hay que utilizar los textos, sin duda. Pero todos los textos. Y no solamente los documentos de archivo en favor de los cuales se ha creado un privilegio (...). También un poema, un cuadro, un drama son para nosotros documentos, testimonios de una historia viva y humana, saturados de pensamiento y de acción en potencia...”[17].

IV.             Bibliografía

ANGULO IÑIGUEZ, D. Historia del Arte. Distribuidor E.I.S.A., Madrid, 1962.
BOER, H. Historia de la Iglesia Primitiva. Editorial UNILIT, Cap. 2. (faltan datos).
Brown, P El primer milenio de la cristiandad occidental. Crítica, Barcelona, 1997.
DE COULANGES, F. La ciudad antigua. EMECE, Buenos Aires, 1ra ed. en español 1945.
FEBVRE, Lucien. Combates por la Historia. Ariel, Barcelona, 1992.
GOMBRICH, E. La Historia del Arte. Editorial Diana, México, 1998.
HAUSER, A. Historia social de la Literatura y el Arte. Guadarrama, Madrid, 1963.
JOUCO BLEEKER, C. y WIDENGREN, G. Manual de Historia de las religiones. Ediciones Cristiandad, Madrid, 1973.
PIJOÁN, J. Historia del Arte. El Arte a través de la Historia. Salvat, Barcelona, 1915, Tomo II.
PLAZAOLA ARTOLA, J. Historia del Arte Cristiano. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1999.
ROMERO, J. L. La cultura occidental. Siglo XXI Editores, Argentina, 2004.
SIMON, M y BENOIT, A. El judaísmo y el cristianismo antiguo. Colección Nueva Clío, Editorial Labor, Barcelona, 1972.
ZEVI, B. Saber ver la arquitectura. Editorial Poseidón, Barcelona, 1981.




[1] DE COULANGES, F. La ciudad antigua. EMECE. Buenos Aires 1ra ed. en español 1945, pp. 202-203.

[2] BOER, H. Historia de la Iglesia Primitiva. Editorial UNILIT, Cap. 2, p.1.
[3] JOUCO BLEEKER, C. y WIDENGREN, G. Manual de Historia de las religiones. Ediciones Cristiandad, Madrid, Tomo 2, p. 67.
[4] SIMON, M y BENOIT, A. El judaísmo y el cristianismo antiguo. Colección Nueva Clío, Editorial Labor, Barcelona, 1972, p. 70.
[5] ROMERO, J. L. La cultura occidental. Siglo XXI Editores, Argentina, 2004, p. 28.
[6] Brown, P El primer milenio de la cristiandad occidental. Crítica. Barcelona 1997, p. 32.
[7] SIMON, M y BENOIT, A. Op. cit, p. 131.
*El término proviene del griego ‘heresis’ que significa ‘elección’. Por lo tanto, es una doctrina contraria a los dogmas de fe establecidos por una religión. Es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata, es decir, a la separación de los sacramentos de la Iglesia.
[8] Brown, P. Op. Cit., p. 94.
** Fue un sacerdote jesuita nacido en la provincia española de Gipuzcoa en 1919. Fue licenciado en Filosofía y Teología, Doctor en Letras y en Filosofía. Se destacó como profesor e investigador y autor de varios libros relacionados con el arte y la religión cristiana. Falleció en el año 2005.
[9] PLAZAOLA ARTOLA, J. Historia del Arte Cristiano. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1999.
[10] Brown, P. Op. Cit., p. 32.
[11] ANGULO IÑIGUEZ, D. Historia del Arte. Distribuidor E.I.S.A., Madrid, 1962, p. 212.
[12] HAUSER, A. Historia social de la Literatura y el Arte. Guadarrama, Madrid, p. 161.
[13] PLAZAOLA ARTOLA, J. Op. Cit., p. 11.
[14] Idem, p. 14.
[15] GOMBRICH, E. La Historia del Arte. Editorial Diana, México, p. 133.
[16]PIJOÁN, J. Historia del Arte. El Arte a través de la Historia. Salvat, Barcelona, 1915, Tomo II,  P. 46.
[17] FEBVRE, Lucien. Combates por la Historia. Ariel. Barcelona 1992. pp. 29-30.