jueves, 26 de febrero de 2015

El concepto de la condición humana en Emilio Adolfo Westphalen. La intelectualidad peruana del siglo XX ante la condición humana





                                                       Leonel Patricio Silva Montellanos 
                                                       leonel.silva@unmsm.edu.pe
                                                      Historia de la filosofía, UNMSM

El escritor Emilio Adolfo Westphalen Milano nació en la ciudad de Lima, el 15 de julio de 1911[1]. Hizo sus estudios escolares en el Colegio Alemán, teniendo como condiscípulos a  los literatos Rafael de la Fuente Benavides y Estuardo Núñez, egreso en 1926. Al año siguiente, dada su afición por los números, postuló a la Escuela Nacional de Ingeniería. Al fracasar esta tentativa, inicia, en 1928, sus estudios de Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, estudios que concluirá en 1932. Westphalen, ya desde su adolescencia, posee una rica vida interior[2]. Dicha espiritualidad lúcida, sin embargo, lo preparó para ser un esteta, un creador y un hombre de pensamiento; más no un místico o un creyente:

“Lo que me sorprende es que desde tan temprano no aceptara otros principios y creencias sino los que en mi fuero propio encontrara válidos. Me aparte así a los catorce años de toda práctica religiosa, sin ninguna ostentación pero sin hacer tampoco concesión alguna” (…).”[3]

Es notable, que siendo un poeta, haya sabido orientarse en el ámbito de la creación con espíritu crítico pues, a pesar de su inicial impulso surrealista no sucumbió al delirio ni a la atracción de los excesos irracionalistas. Cabe recordar que el autor siempre señaló su deuda con el poeta simbolista peruano José Maria Eguren[4], cuya sensibilidad mágica y pura se ubica lejos de la sordidez y la pesadilla.

Los estudios biográficos no hacen mención de una militancia específica en los partidos de izquierda de la época (partido aprista, partido comunista) o de haber sido un partidario del anarquismo. Pero Westphalen pertenece a una generación todavía marcada por la impronta de Manuel Gonzáles Prada[5] y que había presenciado el proceso contingente de la revolución mexicana, la revolución bolchevique, la I Guerra Mundial y la aparición del fascismo, en su vertiente reaccionaria y nazi; así como en su vertiente stalinista y pseudo-marxista. En plena juventud, en el año de 1936, junto con César Moro (Alfredo Quispez Asín) y Manuel Moreno Jimeno, publican un boletín a favor de la República Española que enfrentaba la revuelta fascista del Gral. Francisco Franco. Teniendo en cuenta la cercanía ideológica de Westphalen con el surrealismo –cercanía que se mantuvo aún cuando el poeta afirmaba, ya en su madurez, no ser un surrealista—y que dicho movimiento tuvo una relación problemática con el marxismo –que lo hizo pasar de la militancia en el PC francés, al troskysmo en el exilio mexicano de Breton, para en 1951, adherirse al movimiento anarquista francés[6]—podemos ubicar a nuestro autor en líneas generales, como un pensador crítico de ideología progresista:

 “(…) se me acuso al menos de dos crímenes mayúsculos. El primero ser poeta, el segundo ser comunista, aunque respecto al primero, si alguna vez lo fui, ya había abandonado toda veleidad de pretenderlo; y lo segundo solo podía entenderse en la acepción de una disconformidad total con el régimen establecido, pero también de un desconocimiento completo de los medios concretos para volcar la situación”[7]

Solo comprenderemos a cabalidad su labor poética y reflexiva, si tenemos presente dicho marco ideológico que condicionaba, a modo de weltanschauung[8], su acercamiento a la realidad, su comprensión de la problemática socio-cultural de occidente y de Latinoamérica y el desarrollo de la propia labor intelectual:

“(la actividad poética) Seria una expresión más de la condición humana, del impulso a no admitir lo real como definitivo e incambiable, a querer superarlo. En la poesía, en la revolución y en el amor veo actuantes los mismos imperativos esenciales: la falta de resignación, la esperanza a pesar de toda previsión razonable contraria.”[9]

Westphalen publicó en Lima, en 1933, su primer poemario: Las ínsulas extrañas. Su escritura se enmarca en los cánones vanguardistas del momento; propiamente surrealistas. Tres años después, junto con su amigo, el poeta César Moro publica un contundente manifiesto contra las imposturas intelectuales que con el pretexto de la originalidad vanguardista, aprovechaban la oportunidad con descaro: Vicente Huidobro o El obispo embotellado. Posteriormente, Westphalen se consagrará a la labor de activista cultural publicando revistas prestigiosas como Las Moradas (1947-1949) la Revista Nacional de Cultura (1966) o Amaru (1967-1971) publicación de la Universidad Nacional de Ingeniería. También fue agregado cultural peruano en Italia (1971-1977) México (1977-1980) y Portugal (1980-1981). Recibió del Estado peruano las Palmas Magisteriales y la Orden del Sol (1995) la medalla José de la Riva Agüero y el Doctor honoris causa de la Universidad Nacional de Ingeniería (1997) así como el Doctor honoris causa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1999). Nuestro autor fallece en Lima el 18 de agosto de 2001.

Pasemos ahora, al análisis de las concepciones filosóficas del autor. Westphalen concibe al hombre como un ser libre, que aunque está inmerso en una cultura y sociedad organizadas de modo autoritario y utilitario, tiene la capacidad de generar sus propios espacios de socialización, labor y creación, de modo libre y tolerante. Para el autor, el problema del nacionalismo carece de sentido en un arte como el contemporáneo, en el que la profundización en los aspectos subjetivos, emotivos e irracionales, no busca la mercantilización del arte ni la hegemonía de determinado modelo cultural o étnico, sino, hacer de este un documento de reflexión y conciencia espiritualizada en medio del caos contemporáneo.

“(…) Por nuestra parte no comprendemos cuál sea la estructura mental de Braque[10], a que se refiere, que lo hace tan distinto de los “pintores americanos”. Como tampoco nos explicamos en qué sentido pueda hablarse de una mentalidad “arcaica” en estos últimos. Si existe un desnivel entre uno y otros, tal vez sea, no por diferencia de estructura mental, sino de capacidad artística, lo cual naturalmente es otra cosa”[11]

La actitud de de vanguardia se manifiesta en la crítica radical de los paradigmas oficiales. Pero esto no significa desconocer, que aun en la crítica de la tradición, existe el reconocimiento de referentes. Aquello que dará valor a la producción estética o cultural propia de América, no será el gastado estereotipo de lo que debe ser “americano” sino el ser fiel a una autenticidad que en el debate de la modernidad, sabe defenderse y hacerse entender en un dialogo intercultural, que asimila lo mejor y más productivo de lo propiamente humano, sin repeticiones carentes de alma, burdamente mecánicas.

“La preocupación del artista no puede ser un programa –arte “americano”, arte “moderno”—sino por poner fuera de él y de acuerdo con las reglas de su arte, de manera convincente, que a muchos o unos pocos turbe, lo que dentro de él bulle por la contraposición perenne del hombre y el mundo, y por el pertenecerse eterno del hombre y el mundo”[12]

Lo propiamente americano, en el mundo contemporáneo, no está reñido con una sociedad, en que la ciencia, la técnica, la tecnología y la industrialización, favorecen al progreso material y así permiten a los individuos y a los colectividades organizarse de manera racional y equitativa, con sentido ético, moral y solidario.
  
Ciertamente, en la reflexión de nuestro autor, el mundo del arte es un mundo de libertad, pero al igual que los juegos infantiles, es un juego con reglas que deben tomarse muy en serio. El arte, en tanto producto del humanismo, debe sostener valores reafirmantes y si artistas como los surrealistas, procuraban una ruptura radical con la academia y la tradición, lo hacían porque dichas academia y tradición eran baluarte del autoritarismo, del belicismo y la injusticia. La genuina vanguardia es, pues, libertaria, en tanto defiende la justicia; radical, en tanto aspira a un mundo en que el deber y el derecho coexistan de modo sano y correcto en la humana cotidianeidad; honesta, en tanto no acepta las imposturas, oportunismos, ni fraudes. El surrealismo, como correlato estético del pensamiento socialista y libertario aspira a disolver las fronteras de lo real y lo fantástico, haciendo de lo maravilloso, algo constante y vivo. La historia de guerras, masacres y conquistas debe ser reemplazada por una historia de paz, justicia y liberación. Dichos valores deben ser el legítimo contenido del arte. Un arte de la crítica y una crítica de la vida en el real sentido del término.

“El señor Dalí[13] (…) Le tocó ser uno de los primeros artistas “de vanguardia” en aceptar y ensalzar a los nuevos amos difusores de una irracionalidad manida –peligrosa—mortífera (que) esparcirán sus miasmas por el mundo y desenfrenaran guerras civiles e internacionales con su secuela de las más grandes hecatombes y genocidios que registren los anales históricos”[14]

El valor de lo académico solo puede justificarse, en tanto el arte es un producto social definido que requiere de ciertas reglas básicas para ser tal. Es un producto de la cultura humana y, en tanto tal, hace referencia a los conflictos, las vicisitudes, las esperanzas y los ideales del ser humano. Es una perfecta continuidad de los debates de la filosofía, la religiosidad, la ideología política, la opción sexual, profesional, existencial, etc. Pero para su real comprensión, no basta con la aplicación consciente de una racionalidad crítica; también requiere de una sensibilidad que se comienza a desarrollar en los primeros años y que forma parte del mundo interior; tanto del artista como de aquel que aprecia y juzga.

“Si la intención es estructurar una teoría del arte moderno, establecer las grandes coordenadas que sirven de puntos fijos de referencia a esas múltiples (y desconcertantes) expresiones del arte de nuestros días, quizá la mejor introducción seria (…) dilucidar,…el momento (o los momentos) en que hemos tomado conciencia de lo que arte significa en nuestra vida…” [15]

Si asumimos que el arte es producto de sensibilidad, de técnica y de decisión, cabe señalar que el artista es un individuo que desempeña una determinada labor en la estructura económica de la sociedad que lo alberga. Para el autor, el artista es un ser humano que interactúa con sus semejantes y que, si bien tiene determinadas peculiaridades de personalidad y visión, no es ni un místico, ni un anacoreta, ni un orate. Ser artista no es ni más ni menos que una manera de encarar la propia humanidad.

El valor del humanismo y de la modernidad a la que dio origen, radica en ser un espíritu y un clima de cambio. La objetividad y actitud de mesura permiten a diversas teorías con sus matices y puntos de vista, coexistir, enriqueciéndose y expresando la humana diferencia y riqueza, que lejos de anularse en la diversidad; constituye una polifonía, con sus correspondientes polisemias, reflejos y tonalidades.

“Hay además, un descubrimiento en nuestra época que respecto al arte tiene la misma significación que los descubrimientos geográficos tuvieron para el hombre europeo del Renacimiento (…), pues ¿Qué otra cosa quiere decir sino que reconocen sus aspiraciones relativas y que no está asido a eternidades, a preceptos invariables y permanentes?” [16]

El arte contemporáneo, desde las pre-vanguardias de mediados del siglo XIX y las  vanguardias propiamente dichas de comienzos del siglo XX[17] expresa en las artes escénicas, urbanísticas, visuales, musicales y literarias la crisis, el conflicto y las diversas aportaciones de los colectivos e individualidades al problema reflexivo que hace de la condición humana, su objeto y su meta. Creemos que América latina, desde la obra de intelectuales y creadores como Emilio Westphalen, participa de dicha discusión con aportes valiosos.

El tema de la Vanguardia, en sus acepciones artística, cultural, política, fue abordado por nuestro poeta: el hombre en tanto, ser social; se define por el rol que desempeña en compañía de otros seres humanos, en la sociedad que conforma. Esta primacía del hecho material, sin embargo; no anula las otras dimensiones de la vida como la subjetiva, espiritual, mental, estética, lúdica, etc. Esta vulgarización del marxismo; que menciona el autor citado, ciertamente fue asimilada por el surrealismo en su inicial y truncado acercamiento al stalinismo burocrático del Partido Comunista Francés. Los propios surrealistas superaron esta etapa y enriquecieron su actividad crítica y creativa en Europa. Así mismo, en América latina Emilio Westphalen, quien encontró en el surrealismo[18] un impulso inicial para su actividad poética e intelectual, superó las limitaciones dogmáticas de dicho discurso elaborando un planteamiento original en el que el humanismo y la preocupación por los valores y riquezas morales del ser humano eran fundamentales. Esta importancia de la condición humana y su análisis ideológico, llevó a creadores y pensadores al ámbito del debate, con lo que se benefició y diversifico el espectro de voces novedosas, cada cual con sus perspectivas y delimitaciones.

“(… )Los surrealistas (…) aceptaron demasiado pronto (…) la realidad de la interpretación materialista, (…) en todo tiempo los artistas significativos han sido, más o menos, teorizantes –pero cuando subsistía un sistema de coordenadas de una actividad intelectual común, no era necesario que se saliera del campo de su experiencia específica. Es evidente que en nuestro tiempo no se da tal sistema.”[19]

Westphalen, surrealista y divergente, señaló que no existía solo la tradición del autoritarismo. Existía también la tradición de la inconformidad y la diferencia. Esta riqueza de lo humano, lo social y cultural es el mejor fundamento contra extremismos, intolerancias, burocracias de iluminados y toda secta con pretensiones de inmaculada infalibilidad. La existencia de tradición, en sí misma no es negativa. Lo perjudicial ha sido que a lo largo de 2000 años la historia de occidente ha servido para justificar abusos, prepotencias, crímenes y miserias. Pero una tradición libertaria y renovadora, en la que el ser humano recupere su lugar de dignidad y futuro, no es imposible, simplemente debe construirse todos los días, respirando convicción y esperanza.

“Por fin ocurre, (…) que dentro de esta sociedad, los heterodoxos, que nunca antes fueron más que un pequeño número, en ella, se han vuelto legión; en realidad muchas legiones de heterodoxos, para quienes muy poco es común y entre si se miran extraños y distantes. Será reconocible en esta situación la del mundo actual;(…)”[20]

Una tradición se justifica en la medida que proporciona un marco teórico y metodológico para el vivir, sustentándose en paradigmas y jerarquías de valores. La obra de arte como texto no solo estético, sino de valor conceptual e ideológico, adquiere su justificación como elemento del debate, expresando ideas, creencias, puntos de vista y opciones de vida.

“Una obra de arte dentro de una cultura, y en la vida del individuo, ha estado siempre destinada a llenar una función, (…) como componente imprescindible de lo que entendemos por condición humana. (…), este hundirse en las esencias del ser, que para nosotros es la apreciación del arte, no parece que esta alentado por esa institución de los museos.”[21]

Solo esta conciencia de la importancia de la poesía, las artes y la actividad intelectual, puede permitir un desarrollo fructífero de la sociedad en su conjunto, desarrollo que no puede ignorar la importancia del factor humano, sensible, consiente, actuante, pleno de memoria y vitalidad. Creemos que el autor, lo tenía en consideración.
  
Líneas atrás, hemos afirmado que el autor estudiado, podría ser catalogado como un pensador –pues la poesía y los ensayos de estética son a fin de cuentas, pensamiento, reflexión, algo que no está reñido con la creatividad ni con la inteligibilidad—de actitud progresista. Esto se evidencia en sus posiciones respecto de la libertad, valor fundamental en la condición humana. Su actitud de apertura enfrentó los autoritarismos que abundaron en el siglo XX –y que lamentablemente en nuestros días, no han desaparecido–. Como el autor afirma más adelante, ser intelectual es ser un buscador de la verdad, ya no solo alguien que ama la sabiduría, como en la clásica definición del filósofo contemplativo, sino alguien que ubicado en el mundo concreto asume los principios de la verdad y también las consecuencias. Si en el pasado, hubo autores que sirvieron a la mezquindad de intereses políticos sórdidos; el intelectual que postula nuestro autor se pone al servicio de la vida justa, de la razón valiente, en su austera belleza.

“(…) lo que nos interesaría aquí es esclarecer por qué algunos intelectuales –aparentemente en oposición a los fundamentos mismos de su condición de “investigador de la verdad” o “de las verdades”, pues ¿no sería esta la definición más admisible de lo que esencialmente es un intelectual?—no hallan otra manera de combatir ideologías contrarias si no es arrogándose poderes para la condenación, para sentenciar a pena de exterminio las obras que no son de su agrado.”[22]

Si bien la moral es un principio de acción individual y la ética, el producto social y consensuado de las diversas morales coexistentes, con el respeto y tolerancia necesarios, esta afirmación carecería de sentido si se la asume solo como elegante juego de palabras sin consecuencias prácticas en el mundo real. Hemos señalado que el mundo social es el mundo de los hechos, de la ciencia, la técnica, la tecnología y la industria; pero todo ese mundo quedaría vacio sin los escrúpulos morales, sin la sensibilidad ante las situaciones críticas[23]. Tanto los surrealistas como nuestro Westphalen, en su valoración de la afectividad y el amor, hacen un llamado a enfatizar lo más noble del ser humano: ante la angustia de la sinrazón y el caos de la brutalidad, contestan con la afirmación de la vida. Pero: ¿no es el surrealismo, el arte de la belleza convulsiva y de lo extraño? La respuesta es afirmativa, pero al igual que en Kafka –autor que Westphalen defiende en la presente cita—no estamos ante un elogio del absurdo y la barbarie. Los surrealistas y Franz Kafka[24] –de quien se ha señalado afinidades de estilo con el expresionismo alemán, además de su relación crítica con su propia tradición étnica y religiosa judía—no defienden el absurdo. Lo muestran planteando un mundo de belleza nueva y plenamente humana. Un mundo en que la crítica es libertad tolerante y no una justificación de condenas a beber la cicuta o llamado al linchamiento. Reconocer la autoridad del conocimiento no debe significar el someterse a la prepotencia, el oprobio o la sevicia. De no ser así ¿en qué se convierte el hombre?

“(…) Se cita a un señor que ha decidido que “la literatura es una supervivencia condenada a desaparecer” (…) y que hay que quemar a Kafka porque la sociedad debe tomar medidas “contra las actividades que ponen en peligro sus intereses esenciales”. La obra de Kafka seria merecedora de tales medidas, ya que “expresa de manera contagiosa un cierto estado de descomposición social” [25]

Un genuino humanismo solo puede funcionar en una libertad plena que reconozca el rol crítico y social del arte. Un artista de tiempos de vanguardia, en adelante, no puede aislarse del mundo ¡pues vive en el mundo! Y es desde su lugar en este, que realiza sus afirmaciones, mostrando con metáforas o diciendo categóricamente lo que piensa de la realidad en la que le ha tocado vivir. El artista, aquel que tiene el don innato de la imaginación estética y que además, gracias a un contexto favorable puede ejercitarse en el oficio de la creación; ¡no por ello está realizando un rol semi-divino! más bien, está oyendo su voz interior y realizando sus capacidades innatas. En un mundo libertario, cuál el que planteaban los surrealistas y con ellos, nuestro poeta; utópico pero no por ello imposible, esta libertad de desarrollar las capacidades innatas no sería el privilegio de determinada casta, sino una conquista para todos los hombres que hermanados por la libertad consiente vivirían plenamente su condición de seres finitos e imperfectos, pero liberados de la opresión deshumanizante del capitalismo, de sus guerras y su contaminación destructora.

“(A Franz Kafka) Al artista podrían aplicarse las palabras que se dirigen al héroe de “El Castillo”[26] en la misma novela: “porque ¿qué es lo que persigue?, ¿qué extraña especie de sujeto es este?, ¿qué es lo que pretende? ¿Qué importantes asuntos son esos que le tienen ocupado y que le hacen olvidar lo más cercano, lo mejor, lo mas hermoso?”[27]

La necesidad del arte y de la libertad es evidente para aquel que en el mundo contemporáneo, se plantea la defensa de aquello que nos hace verdaderamente humanos y dignos en nuestra imprevisible y diversa condición. Creemos que en la obra de Westphalen, tanto la poética como la ensayística, se da una apología de valores ciertamente históricos y contingentes, pero que rescatan lo mejor y más valioso de la sociedad humana; como el amor, la libertad, la justicia, la solidaridad y la esperanza. El mundo que le toco vivir a nuestro autor fue un mundo cambiante, antecedente del nuestro actual y, este mundo solo cobrará sentido en tanto se desarrolle teniendo presente al hombre y sus necesidades concretas. Toda especulación metafísica, decía Marx en las ya clásicas tesis sobre Feuerbach[28], se resuelve en la vida práctica. Esa fue la orientación del surrealismo y ese fue el impulso nunca perdido de Westphalen. Creemos que dicha intención es noble y correcta.

“(…) ¿Se nos admitirá si concluimos que toda amenaza contra las libres expresiones artísticas, que toda limitación del campo de influencia del arte grande y excelso, nos parece atentar contra el nivel muy inestable de una cultura adquirida a gran costo y esfuerzo, de una cultura siempre vulnerable y que tiene menester a cada instante que la defendamos contra las corrientes del oscurantismo y el egoísmo?[29]

A modo de reflexión final, cabe agregar lo siguiente: Si la dimensión ético-política del arte es algo indiscutible, esto es así porque la filosofía solo es legítima filosofía como factor dinámico de la vida social de la comunidad. Y el arte es expresión de la filosofía de su tiempo y de los constantes cuestionamientos que revisan la tradición vigente, la consolidan o la redefinen[30]. Sea en el caso del autor que analiza Westphalen –Franz Kafka—sea en el caso del mismo Emilio Westphalen, la literatura y la reflexión crítica alcanzan su valor porque elijen ser cuestionamiento de lo vigente, de aquello que por sentado no es criticado y es aceptado con la resignación que se acepta lo eterno.

“(…) — comenta Hannah Arendt: “no tenia amor por el mundo como se le ofrecía y tampoco tenía amor por la naturaleza. El deseaba construir un mundo de acuerdo con las necesidades humanas, un mundo donde las acciones del hombre estén determinadas por él mismo y que se rija por sus leyes y no por misteriosas fuerzas que emanen de lo alto o de lo bajo”[31]

La condición humana, aquello que nos hace ser lo que somos y que se manifiesta tanto en los grandes momentos irrepetibles como en lo más simple de nuestra vida diaria, solo puede desarrollarse en la libertad de una sociedad en que la vida este por encima de todo y en que la libertad de creer, de crear, de existir y de fundamentar con la propia labor, no sean ya una utopía, sino la alegre convicción y aliento de cada despertar, en cada cielo, en cada libro leído, en cada poema imaginado.

Sostenemos que la obra de Emilio Westphalen; tanto desde la poesía, como desde la prosa ensayística y reflexiva, constituye un aporte desde las letras latinoamericanas, a la discusión y reflexión crítica de temas genuinamente filosóficos, como el tema de la condición humana, aquí analizado. La síntesis, por él realizada, es un hito a alcanzar y desde el cual, se puede desarrollar toda una veta de nuestro pensamiento colectivo. Creemos que esta obra suya esperanzada, debe considerarse parte del mejor legado del surrealismo, correlato estético del socialismo libertario y que autores como Emilio Westphalen, contribuyeron desde la coherencia de vida y obra, a superar, redefinir y consolidar.

Bibliografía[32]

1. Escritos de Emilio Adolfo Westphalen:
Poesía
-Las ínsulas extrañas. Compañía de Impresiones y Publicidad, Lima, 1933.
-Abolición de la muerte. Ediciones Perú actual, Lima, 1935.
-Otra imagen deleznable. (Poemas 1930-1978) Incluye sección inédita  Belleza de una espada clavada en la lengua, Fondo de Cultura  Económica, México D.F., 1980.
-Arriba bajo el cielo, Lisboa, 1982.
-Máximas y mínimas de sapiencia pedestre, Lisboa, 1982.
-Nueva serie (de escritos) Lisboa, 1984.
-Belleza de una espada clavada en la lengua (Poemas 1930-1986, Ediciones Rikchay, Lima, 1986.
-Cuál es la risa, Auqui, Barcelona, 1988.
-Ha vuelto la Diosa Ambarina, Tijuana, 1988.
-Bajo zarpas de la quimera (poemas 1930-1988) Alianza Tres, Madrid, 1991.
-Falsos rituales y otras patrañas. Poemas en prosa. Presentación de Iván Ruiz Ayala. Fotografías de Herman Schwarz, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1999.
-Poesía completa y ensayos escogidos. Edición, prólogo y cronología de Marco Martos, P.U.C.P., Lima, 2004.
Prosa
-La Poesía los poemas los poetas, Universidad Iberoamericana, México, 1995.
-Escritos varios sobre arte y poesía. Fondo de Cultura Económica, Lima, 1996.
Revistas dirigidas por Emilio Adolfo Westphalen
-El Uso de la Palabra (Codirigida con César Moro) único número, Lima, diciembre 1939.
-Las Moradas. Ocho números, Lima, 1947-1949.
-Revista Peruana de Cultura (números del 2 al …Lima, 1964-1966.
-Amaru. Catorce números, Lima, 1967-1971.

  
Sobre Emilio Adolfo Westphalen
Libros
-FERNANDEZ COZMAN, Camilo.
Las ínsulas extrañas de Emilio Adolfo Westphalen, Naylamp, Lima, 1990; Fondo Editorial Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 2003.
-RODRIGUEZ PADRÓN, Jorge.
El pájaro parado (Leyendo a E. A. Westphalen). Ediciones del Tapir, Madrid, 1992.
-RUIZ  AYALA, Iván.
Poética vanguardista westphaleana, P.U.C.P., Lima, 1997.
ÚZQUIZA, José Ignacio.
La Diosa Ambarina: Emilio Adolfo Westphalen y la creación poética, Universidad de Extremadura, Cáceres, 2001.




* Publicado originalmente como El concepto de la condición humana en Emilio Adolfo Westphalen. La Intelectualidad peruana del siglo XX ante la Condición Humana. UNESCO-Instituto de Educación Superior para América Latina y el Caribe, Coordinadora en Perú-Editora: Prof. María Luísa Rivara de Tuesta (UNMSM) Tomo III, Lima-2011.
[1] MARTOS, Marco. Emilio Adolfo Westphalen. Poesía completa y ensayos escogidos, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2004, pp.45-47.
[2] Comparar con el racionalismo individualista cartesiano. Cf. DESCARTES, René, Discurso del Método, Biblioteca EDAF, Madrid, 1982, pp.50-51.
[3] Poetas en la Lima de los años treintas. De Dos Soledades, Instituto Nacional de Cultura, Lima, 1974. En: Emilio Adolfo Westphalen. Escritos varios sobre arte y poesía, Fondo de Cultura Económica, Lima, 1996, p.136.
[4] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Poetas en la Lima de los años treintas. De Dos Soledades, Instituto Nacional de Cultura, Lima, 1974. En WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, pp.137-138.
[5] Lima (1844-1918)Intelectual crítico de la sociedad peruana, sobre todo tras la crisis generada por la Guerra del Pacifico y que orientó su pensamiento en los últimos veinte años de su vida, desde el pensamiento anarquista o ácrata.
[6] Cf. BRETON, André (et al) Declaración Preliminar, le libertaire (periódico de la Federación Anarquista Francesa), 12 octubre 1951. En: Surrealismo y Anarquismo: Proclamas surrealistas en Le Libertaire, Pietro Ferrua (et al) seleccionado por Plinio Augusto Coelho, 1ª edición, Bs As, 2005 (Utopía Libertaria) traducción: Ariel Dilon.
[7] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Poetas en la Lima de los años treintas. De Dos Soledades. Instituto Nacional de Cultura, Lima, 1974. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p.133.
[8] Concepción del mundo (idioma alemán)
[9] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Poetas en la Lima de los años treintas. De Dos Soledades, Instituto Nacional de Cultura, Lima, 1974. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p. 145.
[10] BRAQUE, Georges, (1882-1963) escultor y pintor cubista francés.
[11] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Nota sobre el arte americano. Las Moradas, Lima, Vol. III, No 7-8, enero-julio 1949. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p.254.
[12] WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd.,  F.C.E., Lima, 1996, p.256.
[13] Salvador Dalí (1904-1989) artista plástico catalán, que practicó el surrealismo pictórico, aun cuando se distancio tempránamente del grupo dirigido por André Breton, debido a motivos ideológicos.
[14] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Sobre surrealismo y César Moro entre los surrealistas. Ponencia del Coloquio. Avatares del Surrealismo en el Perú y la América Latina, Lima 3, 4 y 5 de julio 1990. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p.211.
[15] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. La teoría del arte moderno. Las Moradas, Vol. I, No3, diciembre 1947-enero 1948. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E. Lima, 1996, p. 231.
[16] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. La teoría del arte moderno. Las Moradas, Lima, Vol. I, No 3, diciembre 1947-enero 1948. En WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p.236.
[17] Revisar el papel de la vanguardia y sus recursos tecnológicos, así como las implicancias ideológicas de estos. Cf. BENJAMIN, Walter. La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica. En: BENJAMIN, Walter, Discursos Interrumpidos, Taurus, Madrid, 1982, pp.20-23.
[18] BRETON, André. Primer Manifiesto del Surrealismo, Paris, 1924. En: BRETON, André. Manifiestos del Surrealismo, Visor Libros, Madrid, 2002, Trad. Andrés Bosch, p. 34.
[19] PAALEN, Wolfgang, En: View, New York, No 8-9, octubre-noviembre 1939. Citado por Westphalen E.A. en: La teoría del arte moderno. Las Moradas, Lima, Vol. I, No 3, diciembre 1947-enero 1948. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p.234.
[20] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. La tradición, los museos y el arte moderno. Las Moradas, Lima, Vol. II, No 5, julio 1948. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p. 244.
[21] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. La tradición, los museos y el arte moderno. Las Moradas, Lima, Vol. II, No 5, julio 1948. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p. 250.
[22] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Quién habla de quemar a Kafka. Las Moradas, Lima, Vol. I, No 1, mayo 1947. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, pp. 367-368.
[23] Estamos aquí ante una desacralización de los discursos fundamentales, propia de la modernidad, un paso de la metafísica teológica, a una ideología confrontada con los avances de la ciencia. Cf. KANT, Inmanuel, Crítica de la razón pura, Alfaguara, Madrid, 1988, p. 643.
[24] KAFKA, Franz. Obras completas. Novelas-Cuentos-Relatos. Edición al cuidado de Alberto J. R. Laurent, Edicomunicacion, s.a., Barcelona, 2003, Tomo I, pp. 9-13.
[25] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Quién habla de quemar a Kafka. Las Moradas, Vol. I, No 1, mayo 1947. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, pp. 368-369.
[26] KAFKA, Franz. El Castillo (Der Schloss, 1922) 1era edición, Munich, 1926. En: KAFKA, Franz, Obras completas. Novelas-Cuentos-Relatos. Edición al cuidado de Alberto J. R. Laurent, Edicomunicaciones, s.a., Barcelona, 2003, Tomo 3.
[27] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Quién habla de quemar a Kafka. Las Moradas, Vol. I, No 1, mayo 1947. En WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p. 374.
[28] MARX; Karl. Tesis sobre Feuerbach (1845) Apéndice de ENGELS, Friedrich:
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, 1888. En: MARX, K.-ENGELS, F. Obras escogidas, traducción al español, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p. 9, tesis No 8.
[29] WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Quién habla de quemar a Kafka. Las Moradas, Vol. I, No 1, Lima, mayo 1947. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p. 375.
[30] Recordar la importancia que para el surrealismo tiene el discurso estético de la filosofía hegeliana. Cf. HEGEL, Georg Friedrich Wilhelm. Estética, RBA Coleccionables, s.a, Barcelona, 2002, Vol. I., p. 70.
[31] ARENDT, Hannah: Franz Kafka. “A Revaluation”, Partisan Review, New York, Fall, 1944. En: WESTPHALEN, Emilio Adolfo. Quién habla de quemar a Kafka. Las Moradas, Vol. I, No 1, Lima, mayo 1947. En WESTPHALEN, Emilio Adolfo, Ibíd., F.C.E., Lima, 1996, p. 379.
[32] MARTOS, Marco: Emilio Adolfo Westphalen. Poesía completa y ensayos escogidos. P.U.C.P., Lima, 2004, pp. 697-699.

domingo, 22 de febrero de 2015

Ver para amar y creer para adorar. Recursos evangelizadores en torno a la imagen de la Virgen de Guadalupe.


Daniela Dulce Mostacero
E.A.P. Historia - UNMSM
daniela.dulcem@gmail.com

Según San Juan, de todos los sentidos, la vista es el más noble y el que más ilumina el alma[1]; por ello, es innato de nosotros comenzar amar a algo o alguien a través de este sentido. Lo que vemos, lo que observamos, lo que percibimos constituye una parte importante de lo que se cree. Tener la confianza completa de la existencia de algo, se daba y se da, a través de la vista. Por esa razón, no dudamos de la utilización de imágenes u objetos sagrados para la cristianización del indígena, puesto que ¿cómo amar a un desconocido, si no se puede ver? Y acaso ¿a todo lo que se puede observar se le puede tener devoción? No. Para ello son necesarios otros recursos, como el milagro, que es la más clara evidencia de la existencia de un ser sobrenatural.

Teniendo en cuenta estos dos recursos evangelizadores y como eje la figura de la Virgen de Guadalupe, el presente trabajo se ha dividido en dos partes; la primera, en donde se desarrolla la historia del origen de la pintura de la Virgen y las implicancias que se dan tras la aparición de esta imagen; en segundo lugar, tomamos el milagro como recurso que fortalece la creencia a la figura de la Virgen de Tepeyac. Esta división se da con el objetivo de contestar la siguiente pregunta: ¿En qué medida la utilización de estos dos recursos ayudaron a la formación de los nuevos cristianos? 

I. La imagen de la morenita

La búsqueda de la integración del otro[2], del vencido, explica el papel que asumió la imagen de la Virgen de Guadalupe dentro de la híbrida sociedad mexicana. Para lograr facilitar a los indígenas el acceso al cristianismo, el segundo arzobispo de Nueva España, Montúfar, promueve la evangelización a través del culto de las imágenes, táctica que lo llevó a ser despreciado, y muy duramente criticado, por los franciscanos[3], pero hay que reconocer, que dicha estrategia no fue iniciada por él, sino más bien por los conquistadores[4]. Es así, que la intervención de Montúfar fue decisiva para el culto de la Virgen de Tepeyac (Gruzinski, 1994).

A diferencia de las otras imágenes marianas, la imagen de la Virgen de Guadalupe tiene un origen divino: en 1531, en diciembre, a un indio de Cuautitlán de condición humilde, llamado Juan Diego se le presentó la Virgen María, y le comunicó su deseo de tener una capilla para su veneración en el cerro de Tepeyac, para poder mostrarse como protectora del pueblo de Juan y el resto de fieles. Para ello, Juan Diego tenía que hablar con Zumárraga, obispo de México, y obtener su autorización para la construcción de dicha capilla. Dicho arzobispo pide una prueba de la veracidad de Juan y de la presencia de aquella Virgen, que posiblemente era un demonio. Para satisfacer el pedido de Zumárraga, la Virgen, le ordena a Juan cortar unas flores en el cerro de Tepeyac y llevarlas ante el arzobispo, cuando estas flores cayeron del sayal, dejaron ver un retrato de la Virgen María, que será llamada Guadalupe a su petición (Brading, 1991). Aclaremos que con respecto a este relato no se ha encontrado evidencia escrita contemporánea al suceso, pero posteriormente (segunda mitad del siglo XVI y comienzos del siglo XVII) en los escritos de indios letrados se hace referencia de la aparición de la Virgen en el cerro de Tepeyac[5].

Pero, ¿en qué medida se puede confiar de este relato? ¿Acaso no es solamente un recurso que favorece a la conquista espiritual? La Virgen hace uso de presencia en el cerro de Tepeyac, lugar donde anteriormente los indígenas consagraban un santuario a Toci (Nuestra Madre), no es casualidad que esta diosa haya sido reemplazada por una cristiana. Entonces, siguiendo la línea de Gruzinski (1994) podemos decir que la verdadera intención era: “seducir a los indios proponiéndoles una forma de cristianismo más compatible con la tradición autóctona” (p.106).

Parece ser que el arzobispo Montúfar había pedido a un pintor indígena, llamado Marcos, una obra inspirada en un modelo europeo y pintada sobre un soporte de factura indígena, que hizo colocar discretamente en el lugar (o al lado) de la imagen primitiva (Guzinski, 1994), instalando la imagen que nos ha llegado hasta hoy. Como observamos, la imagen de la Virgen de Tepeyac no posee un origen divino propiamente dicho, y que tanto el relato como la pintura fueron recursos usados para la correcta evangelización de los indígenas. Montúfar explota la tradición de la tierra y de la memoria nativa, para que así, progresivamente realizara confusión-sustitución de la imagen en las mentes. Según Todorov (1987), esta acción del arzobispo se relaciona directamente con la conquista religiosa, la cual consiste en quitar ciertas imágenes de un sitio sagrado y poner otras en su lugar (p. 68).

La devoción a la Virgen de Guadalupe se desarrolló progresivamente en torno a su imagen, a pesar de que una parte de la iglesia mexicana se encontraba en contra debido a dos razones: primero, el hecho de que la imagen haya sido ubicada en el cerro de Tepeyac, lugar (como anteriormente hemos mencionado) se encontraba un santuario a la Diosa Madre, Toci. Ello mostraba, según los franciscanos, que la devoción que florecía en el pueblo indígena, era en realidad una pantalla para así encubrir su verdadera religión; en segundo lugar, la veneración que se le estaba dando a la imagen en sí, era una forma de idolatría que algunos evangelizadores no estaban dispuestos a soportar[6] (Brading, 2002).

Por último, podemos decir que esta imagen no pasó desapercibida por el resto de la población colonial mexicana, si el principal objetivo de esta pintura era la adhesión del indígena a la religión cristiana, sin intención logró también el surgimiento de un culto que era (y es) imán para multitudes, es decir, no solo los nativos se rindieron ante aquella figura guadalupana, sino también los mestizos, criollos, mulatos, etc., ya que “todos estaban de acuerdo en valorar lo supra terrenal, al grado de hacer de ello la realidad última, primordial e indiscutible” (Gruzinski, 1991, p.174). Esta nueva afección se evidencia en el crecimiento material de la devoción a la morenita, es decir, las construcciones de nuevos santuarios, la creación de poemas, sermones y escritos teniendo como inspiración a la Virgen de Guadalupe (Gruzinski, 1994).

II. Maravillas milagrosas

En realidad, no se puede decir que el color que posee la señora de Tepeyac es un invento causado por el intento de asemejar a la Virgen con el pueblo indígena mexicano, para lograr que así ellos se identifiquen con ella y busquen su protección. Empero, para el siglo XV en España, exactamente en Extremadura, existía ya la devoción a la Virgen de Guadalupe, quien se caracterizaba por su piel oscura (Bernard y Gruzinski. 1996). Por ello, según lo postulado por Bernard y Gruzinski en su libro Historia del Nuevo Mundo… la búsqueda de los conquistadores en igualar y asemejar México a su tierra natal, no solo se dio en un plano arquitectónico y urbanístico, sino también en relación a la devoción a una misma Virgen, ¿puede ser que dicha búsqueda haya sido la causante de la integración de la Virgen de Guadalupe en Nueva España? No lo podemos afirmar, pero sí lo podemos dejar como una posibilidad.

Al igual que en España, la Virgen se apareció a una persona de origen humilde, quien obedeció todo lo que ella le ordenó, la principal diferencia de un relato del otro es el milagro de la curación que la Virgen de Tepeyac proporcionó al tío de Juan Diego, Juan Bernardino. Esta acción apoyó su veneración, y ayudó a la construcción de su adoración.

Es así, que la conquista espiritual se había visto favorecida por los milagros pero fue, con posterioridad, apenas en las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del siglo XVII, cuando la tradición de la aparición se sumó a las prodigiosas curaciones realizadas para la imagen y se difundió a todos los medios (Gruzinski, 1991).

El recurso del milagro aseguró la adoración a la Virgen de Guadalupe, así como también la integración del indígena a la religión y sociedad cristiana. Al compartir creencias, se puede decir, que el nativo está viviendo un proceso de culturalización, en donde las tradiciones y mentalidades españolas penetran al de él, forjando así su integración progresiva y luego total.

Conclusiones:

La Virgen María siempre ha sido considerada como la principal intermediadora entre su hijo y nosotros, por eso, no nos causa extrañeza alguna que los evangelizadores hayan tomado su figura para doctrinar a los indígenas, ¿quién más que María para ser la protectora de los desconocedores de la verdadera religión? Pero elegir a la Virgen de piel oscura –Virgen de Guadalupe– denota un claro discurso que busca la integración (y así poder someterlos) de los oriundos.

El uso de las imágenes de santas (os) y de los milagros acaecidos por ellos, fueron recursos eficaces para la conquista espiritual y la integración del indígena al cristianismo. Pero la imagen de la Virgen de Guadalupe causa un problema en particular, ¿cuánto se adora a la pintura misma y cuánto a la Virgen como madre de Dios?, teniendo en cuenta que la pintura del sayal tiene un origen divino, por ende en la mentalidad del indígena este objeto también es actor de milagros debido a su naturaleza, por ello parte de la iglesia mexicana criticó duramente el culto a esta Señora, pues promovía la idolatría. Por otro lado, el hecho de que su capilla se sitúe en el cerro de Tepeyac, hace creer que la devoción de los indígenas no se deba por la Virgen o por la pintura sino por la creencia de su antigua diosa Toci.

Estas dos contrariedades (explicadas en la segunda conclusión), formaron parte de la estrategia realizada por Montúfar para evangelizar y unir a los indígenas en el manto de la Santa Iglesia cristiana. Reemplazar un antiguo culto por un nuevo culto extranjero, no fue fácil, para ello, el culto extranjero se tenía que volver autóctono para así ser aceptado y asimilado por la población. Así, el uso de un objeto perceptible –la pintura– añadiría un mayor apego a la nueva creencia.


Bernard, Carmen y Gruzinski, Serge.
1996    Historia del Nuevo Mundo. Del descubrimiento a la Conquista. La experiencia europea, 1492-1550. México: Fondo de Cultura Económica.
Brading, David
1991    Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867. México: Fondo de Cultura Económica.
2002    La Virgen de Guadalupe. Imagen y tradición. México: Taurus.
Gruzinski, Serge
1991    La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI-XVIII. México: Fondo de Cultura Económica.
1994    La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a “Blade Runner”, 1492-2019. México: Fondo de Cultura Económica.
Todorov, Tzvetan
1987    La conquista de América. El problema del otro. México: Siglo XXI.




[1] Brading, David. (2002). La Virgen de Guadalupe. Imagen y tradición. Distrito Federal, México: Taurus
[2] Se hace referencia al otro lejano, seres desconocidos en un plano cultural, moral e histórico, en donde el yo duda una pertenencia común a una misma especie (Todorov, 1987).
[3] En el libro de Serge Gruzinski (1994). La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a “Blade Runner”, 1492-2019. Distrito Federal, México: Fondo de Cultura Económica; se hace una interesante referencia sobre el debate del culto a la Virgen de Guadalupe por parte de los franciscanos.
[4]No es de sorprendernos que los conquistadores del nuevo mundo llevaron consigo imágenes cristianas, usualmente pequeñas figuras de la Virgen María, con el objetivo de recurrir a su protección divina. Tal era la fe de Cortés que hizo instalar estatuillas de la Virgen en templos indios, ordenando a los sacerdotes paganos le rindieran honores (Brading, 1991).
[5] La recuperación de tradiciones orales, su cristalización y su puesta en circulación de nueva cuenta en un forma estandarizada por Sánchez y Lasso de la Vega (Gruzinski, 1991).

[6] Como referencia tenemos a Francisco de Bustamante quien atacó el culto a la Virgen de Tepeyac.


jueves, 19 de febrero de 2015

La "monstruitis" limeña a mediados del siglo XX



Hélard André Fuentes Pastor
Universidad Nacional San Agustín, Arequipa

El caso del ‘Monstruo de Armendáriz’ y del ‘Negro Bomba’ evidencian un fenómeno de violencia llamado: “monstruitis periodística”.

Cuando Lima comenzaba a estructurar un nuevo eje orientador de su cultura dado el constante proceso migratorio que se producía en el país; ante cualquier suceso desgarrador y de dominio público, la sociedad buscaba un culpable y exigía una sanción. La prensa escrita, habida de información y nutrida por el sensacionalismo de la época, canalizó estas impresiones y comenzó a crear ‘monstruos’, sin valuar, antes, la infracción del acusado. No obstante, esta forma de periodismo ocupaba un espacio significativo en la agenda de los ciudadanos, quienes denunciaban e inculpaban basándose, únicamente, en las reseñas nutridas de efectismos que presentaban muchos diarios.

Hubo dos acontecimientos –fundamentales para la historia del periodismo nacional– donde se puede ponderar dicha actitud además de mostrar a una población racista y discriminadora que reaccionaba contra “lo llano”, “lo distinto” o sus equivalentes, y en otro sentido, lo que podía significar “advenedizo”. Encontrando en aquellas humildes progenies, no muy inocentes, pero sí víctimas de esta posición desmedida, el peor encare a su etnicidad. Según la sociedad limeña, ahí se encontraban los culpables del desorden y el caos que pululaba en la ciudad.

Uno de los episodios más significativos de mediados del siglo XX debido al clamor nacional que produjo, gira en torno al caso del “Monstruo de Armendáriz”. Jorge Villanueva, conocido como el ‘Negro Torpedo’, fue ejecutado el 11 de diciembre de 1957, acusado y sentenciado por violar y matar a un niño de tres años. Y el segundo, nos coloca frente a un partido de futbol del ’64, donde Perú y Argentina pugnaban por clasificar a las Olimpiadas de Tokio. Aquel encuentro tuvo trágicas consecuencias: la pérdida de más de trecientas vidas, tras la indignación y enardecimiento de los espectadores cuando el árbitro uruguayo, Ángel Pazos, anuló un gol peruano; en esta oportunidad fue inculpado el hincha Víctor Vásquez, apodado después como el ‘Negro Bomba’.

Para Manuel Orbegozo, periodista que documento el primer caso, “a Villanueva se le juzgó más por negro, vago y ladrón que por asesinar a un niño”. Está misma condición la encontramos en el acontecimiento del ‘64, cuando los medios de prensa señalaron que “dos espectadores, primero uno de raza negra [Vásquez] y luego un joven, ingresaron a la cancha para tratar de agredir al árbitro, siendo detenidos por la policía”. Ambos personajes fueron acusados, señalados y vilipendiados por varios sectores a nivel nacional.

Evidentemente, los protagonistas de tan disímiles pero cruentos escenarios, tenían conductas violentas. Y la violencia, teniendo en cuenta las reflexiones del psicólogo Julio Cerna Cano, “es un producto social y no una causa endémica por sí misma en la que intervienen un conjunto de factores que conforman un fenómeno multidimensional que debe ser atendido desde una perspectiva sistémica”. En tal sentido, los casos tienen lugar en una época de cambios trascendentales en el país, especialmente para una Lima señorial y aristocrática que aún se resistía a la transformación de su realidad geográfica, cultural, social, política, económica, que produjo la denominada ‘cholificación de Lima’ (Quijano).

Ante esta vulnerabilidad en los imaginarios colectivos, era natural que los culpables de las tragedias fueran hombres de piel oscura o con facciones andinas y temple violento, provenientes de las clases más pobres de la sociedad. No importaba las circunstancias que producían el suceso, sino castigar a cualquier acusado que cumpla con esta condición étnica y social a fin sosegar a una población enquistada con remordimientos, odios y venganzas que la prensa amarilla alimentaba a diario.

Según afirma Víctor Maúrtua,  Jorge Villanueva fue víctima de “la ‘monstruitis’, un fenómeno que se difunde a través de los medios de comunicación, creando seres siniestros que aterrorizan a la ciudad y hacen clamar a la sociedad la aplicación de una terapia radical: la pena de muerte”. El proceso judicial de este delincuente de ‘poca monta’ estuvo “cargado de racismo, deseo de venganza colectiva y el objetivo exacerbado de limpieza social en una Lima conservadora, moralista y despiadada” (Historia de la Pena de Muerte en el Perú). Esta misma situación comenzó a producirse con el ‘Negro Bomba’, un hombre que fue inculpado por la tragedia del Estadio Nacional en el ’64, y con ello, la prensa se permitió engendrar a otro monstruo.

Tanto el negro “Torpedo” como “Bomba” reunían otra singularidad, lejos de ser tipos rebeldes y conflictivos, en cuanto a los contextos, en cada uno de los eventos existe un valor constante que permite vincularlos: ‘la justicia’. Con la muerte del primero, se pretendía tranquilizar a una urbe que la clamaba en las calles; cabe mencionar que la prensa contribuyó en estas cruzadas publicando titulares donde exigía a la Policía Nacional la captura inmediata del asesino. Y en el año ‘64, la población ejerce presión y la prensa, deja de ser un registro de información, para adquirir un rol participativo, haciendo tangible la indignación; sin embargo, según se conoce, muchos informes al respecto “se extraviaron”, quizás, para siempre.

Los hechos comparten varias particularidades, pero una de las más significativas radica en exponer el emplazamiento de la violencia tanto en las víctimas como en los ‘supuestos’ victimarios. Así encontramos a un criminal aseverando antes de morir: “Yo he cometido muchos delitos… he sido un hombre malo… pero este crimen no me pertenece” (Jorge Villanueva), y a un hincha peruano declarando que “estaba borracho”.

Jorge Villanueva Torres, con un pasado criminal que fue creciendo desde la niñez reforzando su imagen de vago y ladrón como víctima del exceso periodístico y jurídico de la época al sentenciarlo aun teniendo dudas de su culpabilidad; y Víctor Melasio Vásquez, un muchacho del barrio de Breña, que –pese a ser ‘detonante’ de la desgracia– no tuvo conciencia de los estragos que ocasionaría (su reacción obedece a un momento de agitación repentina); él,  según comentan, se dedicó al consumo exagerado de alcohol y de pasta básica que lo condujeron irremediablemente a la muerte. Fueron dos monstruos creados por la prensa y la sociedad, uno sindicado por violar y matar a un niño, y otro, como el culpable de la muerte de centenares de personas.
No cabe duda que hubo negligencia y desidia de diversas formas para ambas situaciones. En el primer caso, los jueces condenaron a Villanueva con indicios, por presión pública; en el segundo, las autoridades policiales quisieron restaurar el orden despóticamente, incluso se indica que frente al enardecimiento de la gente en el estadio, los superiores dijeron: “Mételes gas, pues, cojudo”, “Van a ver lo que es la autoridad, autoridad es la que manda”. Conductas igual de violentas como los cargos que se les incriminaba.

En dichos incidentes existe una marcada atención sobre los principales intérpretes del caos: la ‘monstruitis periodística’. Sin embargo, en la tragedia de mayor magnitud, encontramos aspectos de cuidado: por una parte, la tensión política que se vivía en Lima, llevando a responsabilizar de los estragos a los comunistas; y por otro lado, la captura de Vázquez días después de la conmoción social.


Por lo tanto, detrás de este fenómeno donde los medios de comunicación son inductores de la violencia, encontramos propagandas que aterrorizan a la población exagerando la verdadera presencia de los agresores generando las condiciones políticas para ejercer el control social, además de revelar una forma de violencia colectiva que se desarrolla y expande rápidamente en la sociedad. En consecuencia, la prensa bebería estimular la cohesión entre los ciudadanos y reconstruir el tejido social en base a valores fundamentales para la vida y la convivencia, evitando caer en procesos caóticos y deshumanizados.