jueves, 20 de julio de 2017

PABLO Y EL DIOS NO CONOCIDO

Rebeca N. Iorio
Lourdes M. Wasinger



“…Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando
y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual
estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO…”
Discurso de Pablo en Atenas. Hch. 17: 22 y 23.[1]


            Es indudable la importancia histórica que reviste la figura del Apóstol Pablo[2] en torno a la expansión del cristianismo y la revolución que generó con sus acciones y su prédica. Asimismo, la conjugación de la Historia antigua se encuentra resumida en su persona por tener raíces judías, haber sido criado en territorio griego y pertenecer al Imperio Romano. Es por esto, que una figura tan interesante y su discurso en Atenas serán centro del presente trabajo. Por consiguiente se pretende analizar este caso particular ocurrido en su segundo viaje misionero alrededor de los años  50 a 52 dC.[3] en relación al contexto histórico y creencias del mundo griego antiguo tratando de interpretar cómo el cristianismo se fue extendiendo por el Imperio Romano creando una uniformidad en los modos de vidas, costumbres, creencias y sistemas de valores morales.  

            De esta manera, se pretende entablar un diálogo entre los sistemas de creencias antiguas y uno de los grandes legados romanos que han perdurado hasta hoy como lo es el Cristianismo. Al respecto, no se debe perder de vista el hecho de que no se trata de un estudio teológico; aunque, como advierte Justo L. Gonzalez  “…el historiador debe partir de una selección del material que ha de emplear, las reglas que han de guiarle en esa selección dependen de una decisión que tiene mucho de subjetivo. (…)Esta selección depende en buena medida del autor, y por ello (…) ha de ser también una obra en que se reflejen las presuposiciones teológicas del autor. Tal cosa es inevitable, y sólo puede calificarse de error cuando el historiador del pensamiento cristiano pretende que su trabajo se halla libre de presuposiciones teológicas.”[4] Así, en relación a esta afirmación y al manejo de las fuentes es que reside la dificultad del mismo. Pero, la interpretación histórica que buscamos se relaciona con la idea de que “…Jueces y Hechos, Heródoto y Tácito, son textos históricos que deben ser examinados con el propósito de recuperar la verdad del pasado”.[5] Verdad entre comillas, Verdad esquiva, siempre incompleta debido a nuestras limitaciones como historiadores.

I.                         Breve Contexto histórico

Una vez instalada la dinastía Julio-Claudia, el Imperio Romano se abrió camino en un contexto de cambios, grandes conquistas, expansión y surgimiento de nuevas creencias.  En este marco, una vez terminadas las guerras civiles y desaparecida la República, las reformas de Augusto iniciaron un momento de auge  y gloria para Roma; aunque la paz y el orden completos fueran solamente un anhelo. Con su obra, el Principado o Primer Imperio quedó establecido en al año 27 a. C.

Así, el Imperio extendió sus fronteras y concluyó la tarea de someter a España; afirmó las fronteras en el Danubio y el Rin (aunque no sin problemas con los germanos); logró consolidarse en Siria y Judea; y pudo, mediante la firma de pactos, establecer contactos con la India. En la misma época, el orden administrativo imperaba a lo que se le sumó un tiempo de prosperidad económica basada en la recaudación de tributos mientras se mantenía la tradicional explotación de la tierra sostenida por  una mayoría de trabajo esclavo.

Esto hacía creer que la ‘pax augusta’ se prolongaría; pero, el sistema del principado funcionaba como una monarquía, aunque no declarada de esta forma. Por tal  motivo, las sucesiones se dieron por la adopción y asociación al gobierno. Con el tiempo, aumentó el carácter despótico del principado y creció la influencia militar dado que la línea sucesoria (Tiberio; Calígula; Claudio; y, Nerón) se apoyó en la fuerza de las armas y el ejército, así como en la guardia pretoriana para guardar el orden en la capital y sostener su poder político. Por tal motivo, a la muerte de Nerón la crisis se hizo presente en el Imperio, con diversos sucesores en un contexto de ataques germanos y sublevaciones en Oriente.

Paralelamente, en Palestina se centraba el foco inicial de una nueva doctrina que se difundió rápidamente por las provincias orientales del imperio, pasando por Grecia y llegando hasta la capital del mismo, la gran ciudad de Roma.

El territorio palestino estaba sometido a gobernantes romanos desde la época de la República  perteneciendo a la jurisdicción de Siria. En relación a su sistema de creencias, el pueblo hebreo, única sociedad monoteísta de la antigüedad, gozaba de la tolerancia religiosa propuesta por Augusto. Igualmente, se le permitía la existencia de un consejo de gobierno local, el Sanedrín, que administraba a la comunidad bajo la supervisión de un procurador romano. El control de ese consejo estaba en manos de las elites locales más poderosas interesadas en evitar choques con las autoridades romanas.

Durante el gobierno de Augusto, nació en Belén, Jesús quién comenzó a predicar a los treinta años de edad, en plena época de Tiberio, difundiendo su doctrina durante tres años. El historiador cubano González afirma: “Entre judíos y como judío Jesús vivió y murió. Sus enseñanzas se relacionan con la situación y el pensamiento judíos, y sus discípulos las recibieron como judíos.”[6] Y, “…los judíos eran el pueblo de la Ley. La Ley o Tora constituía el centro de su religión y de su nacionalidad, y la Ley decía «Escucha, Israel, Señor tu Dios, el Señor uno es»”.[7] Retomando y cumpliendo con muchos preceptos de la Ley establecida por Moisés, en dicho tiempo, Jesucristo proclamó ser el Mesías anunciado por los antiguos profetas judíos como Isaías; y, también, aseguró ser Hijo de Dios[8], mientras extendía su mensaje de un único Dios; de paz; y, de igualdad entre las personas. Por consiguiente, “El derecho divino, la justicia social y la pureza ritual están entrelazados en la tradición judía como tres hilos de la misma cuerda. Cada vez que se usa uno de estos tres términos, los tres están presentes.”[9] Y, estas ideas hicieron que fuera seguido por una gran cantidad de partidarios, al mismo tiempo que alarmó a los sectores dominantes con su discurso.

En un mundo religioso limitado a los formalismos de los ritos estrictos, el cristianismo aportó nuevos enfoques y nuevas esperanzas a diversos sectores sociales. Así, una verdadera revolución en las creencias se instaló en el mundo antiguo. Los postulados más importantes de dicha prédica se relacionaban con la igualdad de todos los hombres ante Dios proponiendo que la salvación no dependía de la fortuna, la posición social, los ritos y ceremonias, sino de la fe y las acciones del individuo, siendo la pureza moral más valiosa que el ritual. Además, predicaba el amor al prójimo y la caridad como normas de vida en relación a los demás, incluso los enemigos. Al mismo tiempo, exhortaba a alejarse del egoísmo, la hipocresía, la vanidad y la venganza afirmando que existe una recompensa celestial para aquellos que cumplan con todos esos preceptos. Pero, sobre todas las cosas Cristo partía de la idea monoteísta de la religión judía y proclamaba el amor a un Dios omnipotente como la más importante de las virtudes.

Sus ideas y palabras continuaron extendiéndose más allá de su muerte, dado que sus discípulos afirmaron que Cristo había resucitado y ascendido al cielo confirmando su origen divino. De esta manera, las “buenas nuevas” del cristianismo se extendieron por todo el territorio romano. Asimismo, la idea de la igualdad entre personas que adoraban a un mismo Dios hizo temblar las bases mismas de sociedades basadas en la diferenciación de estratos; pero también la idea de una religión monoteísta representó una gran ruptura con el pasado de aquellas sociedades politeístas como la griega y la romana. En un mundo plagado de creencias, ritos y dioses domésticos, el cristianismo se instaló acoplándose a las costumbres previas brindando también nuevos rituales, ceremonias y símbolos generando un sincretismo religioso que pretendía captar seguidores. Pero, aún así su extensión no fue fácil, las antiguas costumbres estaban tan enraizadas en las personas que de tanto en tanto reaparecían aún en aquellos que se había bautizado bajo la nueva fe. Como lo expresó el historiador Peter Brown, el paganismo y aquellas costumbres ritualistas reaparecían continuamente como “reminiscencias paganas”[10]. Finalmente, para el S. VI en Europa Occidental el cristianismo era un elemento unificador de sistemas políticos disímiles en regiones diversas.

II.                Saulo de Tarso se convierte en Pablo

Su nombre judío era Saulo, pero luego de su conversión se llamó a sí mismo Pablo y es así como aparece en sus epístolas. En muchas oportunidades se lo ha llamado ‘el Apóstol de los gentiles’ por  su labor de extender el cristianismo a los no judíos.  Si bien era miembro de la tribu de Benjamín[11], se desconoce la razón por la cuál su familia se asentó en Tarso. Al respecto, debemos recordar que ésta ciudad era “una de las capitales intelectuales de la época, era un foco de la cultura griega”.[12]

Su familia era de buena condición social, dado que Pablo tenía de joven perspectivas de honores y fortuna en su carrera; era miembro importante dentro de su sociedad y participaba del Sanedrín. Así, por pedido del Sumo Sacerdote, perseguía a los primeros cristianos.[13] Criado en la obediencia a la Ley y en la piedad judía tradicional, por cuanto su padre era fariseo estricto, Pablo también poseía, por nacimiento, la ciudadanía romana.[14] Así, él mismo hace uso de su ciudadanía romana, indica su origen hebreo, su nacimiento en zona griega y confiesa ser fariseo*. Y, esto no era poco. En muchas oportunidades, en el Nuevo Testamento, se brindan grandes críticas a los fariseos; pero el historiador González advierte que un motivo de esto es que “(…) eran los mejores, la máxima expresión de las posibilidades humanas frente a Dios”[15] . Esto se debía a que “Con el correr de los años y las luchas patrióticas, la Ley se hizo sostén y símbolo de la nacionalidad judía, y (…) llegó a ocupar el centro de la escena religiosa. El resultado de esto fue que la Ley, que había sido confeccionada por los sacerdotes a fin de dirigir el culto del templo y la vida toda del pueblo, vino a contribuir ella misma al surgimiento de una nueva casta religiosa distinta de la sacerdotal, así como de una nueva religiosidad cuyo centro no era ya el Templo, sino la Ley.  Aunque esta Ley tendía a fijar su atención, no ya en la historia misma, sino en su sentido eterno, esto no quiere decir que fuese de carácter doctrinal, sino que su interés era más bien ceremonial y práctico. Lo que interesaba a los compiladores de la Ley [los fariseos] no era tanto el carácter de Dios como el culto y servicio que debían rendírsele. Este mismo interés en el orden práctico hacía necesario el estudio y la interpretación de la Ley, pues era imposible que esta tratase explícitamente de todos los casos que podían presentarse. Debido a tal necesidad, surgió una nueva ocupación, la de los escribas o doctores de la Ley”. [16]  En este punto, podemos establecer la singular personalidad de Pablo, que al igual que Bardaisán*, fue un hombre de una cultura muy compleja.

En relación a su educación, su familia lo envió a estudiar a Jerusalén. Allí, quedó arraigado profundamente a las tradiciones del fariseísmo. Su maestro, Gamaliel, fue uno de los más célebres rabinos de su época. Él mismo lo señala en su discurso en Jerusalén, cuando expresa: “Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en ésta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres…”[17]. De esta manera, “Versado en la religión y en la cultura judía, sumamente dotado, miembro de una familia distinguida, el ferviente joven fariseo estaba preparado para grandes logros en el seno de su pueblo”[18], por lo que se convirtió en un apasionado perseguidor de cristianos.

Pero pasado un tiempo, un día que se encontraba de camino a la Ciudad de Damasco, se dio la repentina conversión de Saulo relatada en Hechos de los Apóstoles 9: 1 – 19.[19] Así, desde su misma conversión, Saulo cambió hasta su nombre, por lo que el ahora llamado Pablo, comenzó a anunciar el Evangelio y a planificar diferentes viajes con el fin de cristianizar a judíos y gentiles. Pablo generó así una nueva revolución social con su predicación inclusiva, al sostener ideas tales como que ya no era necesaria la circuncisión para pertenecer al linaje de los salvos por la fe en Dios brindando una posibilidad más de conversión a los gentiles.[20]


III.             Pablo en Atenas

A.     Breves ideas sobre Atenas

Atenas fue la principal ciudad de la región Ática, y la capital de la erudición, la filosofía y del arte griego. Cuna de la democracia, la antigua ciudad se rindió finalmente al general romano Sila en el año 86 a.C. y quedó así definitivamente integrada al Imperio Romano, luego de varios intentos de rebelión.  Pero antes de esto, Atenas ya tenía una larga historia.

Atenas, polis griega, era una unidad política independiente y autónoma con base agraria. Tiempo antes, las aldeas se habían agrupado conformando un estado con instituciones, organización de los cultos religiosos y diferenciación social entre hombres libres y no libres en un marco de agricultura familiar. Así, el Doctor Julián Gallego expresa: “…la organización de las ciudades griegas implicaría tres niveles básicos: por un lado, el hogar asociado con la posesión de un lote, (…); por otro, la aldea constituida según pautas de integración determinadas, (…); finalmente, la ciudad, que no era una unidad indivisa sino que se hallaba integrada por aldeas en torno a las cuales se nucleaban los hogares”.[21]  De esta manera, la economía hogareña era sumamente importante. La familias producían lo que se consumía; así, “…el estado, grande o pequeño, producía todo lo que necesitaba…”[22]. Con el tiempo, fue posible una economía más especializada que dio origen al mercado. En esta ciudad mercantil*“…el mercado se convierte en un mercado-ciudad, situado naturalmente al pie de la Acrópolis”[23]; dado que los ciudadanos atenienses, eran partidarios de pasar su tiempo libre conversando en la ciudad o en la plaza de la aldea sobre discusiones filosóficas y nuevos temas, ávidos por conocer cada vez más.   

De esta manera, los conocimientos sobre las acciones públicas eran de suma importancia. Al mismo tiempo, la participación y el interés en la política eran una obligación del hombre ateniense, le correspondía a todos. Pericles, gobernante ateniense entre los años 461 – 429 a. C., en su oración fúnebre lo expresó de la siguiente manera: “Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes…”[24]. Así, Atenas se distinguía de las otras ciudades griegas.

Otra particularidad, que se desprende de ésta era la expresada por Finley en relación a la igualdad ante la ley. Atenas era un Estado unificado sin súbditos internos, “Todos los hombres libres del Ática eran igualmente atenienses”[25],  esto no quiere decir que no existieran esclavos, sino que los mismos provenían del exterior. De la misma manera, esto se relaciona con que la ciudad no tomó parte del movimiento colonizador. “Aunque cuando algunos individuos pueden haber emigrado, la ciudad como tal, (…) no tuvo en su haber ni siquiera una colonia como Taras”.[26]

Pero un elemento que la igualaba al resto de las poleis era su politeísmo. En tiempos precientíficos necesitaron de los mitos para dar respuestas a los interrogantes más importantes de la vida humana y conseguir el orden social. En tiempos del logos, la filosofía brindó muchas de las respuestas que los atenienses buscaban; pero aún así, sustentados en la razón y buscando el orden natural de las cosas descubriendo leyes,  jamás dejaron de lado a sus antiguos dioses. Fustel de Coulanges aseguraba: “El ateniense se diferencia del romano y del espartano en mil rasgos de carácter y de espíritu; pero se les parece en el temor a los dioses”[27].  Asimismo, el ateniense tenía un gran respeto por las antiguas tradiciones religiosas y sus ritos ancestrales adorando a sus antepasados, a héroes, a los muertos y dioses diversos. Además, los atenienses tenían días festivos y otros nefastos, creían en presagios y poseían  templos y lugares de culto. Por consiguiente, “La ciudad de Atenas y su territorio están cubiertos de templos y capillas; los hay para el culto de la ciudad, para el culto de las tribus y de los demos, para el culto de las familias. Cada casa es un templo, y casi en cada campo hay una tumba sagrada”. [28]

Así, cuando Pablo llegó a Atenas para predicar la nueva religión monoteísta se encontró con este panorama

B.     El discurso de Pablo

El segundo viaje misionero de Pablo, hacia el año 50 d. C., se inició por las regiones a las que había ido en su primer viaje con la intensión de conocer cómo se encontraban los nuevos grupos de cristianos. Finalmente, luego de un tiempo de enfermedad y cambios de planes, Pablo llegó a Atenas[29].

Por lo expuesto con anterioridad, no le fue muy difícil apreciar el politeísmo griego por lo que expresa que se “enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría”[30]; así que comenzó a extender su mensaje. Como era de su costumbre, primero hablaba en las sinagogas dado que, por ser judío, contaba con ello con una puerta abierta para introducir el evangelio. Además, si predicaba en primer lugar a los gentiles, lo más probable es que luego los judíos no quisieran oírlo. Por tal motivo, el texto bíblico se encarga de  hacer esta diferenciación cuando expresa: “…discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían”.[31]

Dentro del grupo que escuchaba hablar a Pablo se encontraban los estoicos y los epicúreos, filósofos griegos que cotidianamente exponían en público sus ideas. Dichas corrientes habían nacido en el S. IV a.C. Ambos grupos consideraban que el ideal de la sabiduría se encontraba en demostrarse imperturbables ante el acontecer hallando la felicidad en sí mismos. El modo en el cuál conseguían esa felicidad es lo que los diferenciaban. Los estoicos (basados en Zenón de Citio -Chipre-; Cleantes; Crisipo), eran conocidos por sus altos estándares morales y por su devoción a la responsabilidad. Enseñaban que había un Ser Supremo, pero que existían muchos dioses subordinados, y que el hombre tenía facultades similares a los dioses. Enseñaban que la realidad es finalmente material y, en consecuencia, se conducían por la razón (el nous) ya que de esa manera las pasiones no se asentarían en ellos. Consideraban que la virtud era la ausencia de las pasiones; para ellos, lo bueno era la armonía con la naturaleza, la sumisión a la ley natural. Consideraban que el hombre es un ser social por naturaleza y la sociedad debía basarse en la razón para comprender a sus miembros. Por su parte, los epicúreos (corriente inspirada en Epicuro) consideraban que la filosofía era el camino hacia la libertad. Buscaban dar explicaciones naturalistas sin acudir a las intervenciones de los dioses, aunque creen que los dioses existen. Creían, que el objetivo de la vida humana debía ser el de experimentar emociones placenteras. Así, evaden las pasiones y anhelan la paz espiritual.  Estos grupos consideraron que Pablo era un filósofo neófito que no tenía ideas propias, sino que compilaba conceptos de diferentes filosofías para construir un sistema endeble y superficial de discurso, por lo que lo llamaron palabrero. Por tal motivo, lo llevaron al Areópago que, para éstos tiempos en los que la democracia estaba asentada, sólo conservaba autoridad en las áreas religiosas y morales. Sus miembros se consideraban a sí mismos como custodios de la enseñanza, de modo que analizaban todas las nuevas religiones y enseñanzas sobre dioses extranjeros.

Una vez allí, Pablo se puso en pie y comenzó su disertación. Tomó como punto de partida y como sitio en común la inscripción en un altar “AL DIOS NO CONOCIDO”. Debemos recordar que los atenienses eran supersticiosos y creían en poderes sobrenaturales que intervenían en el mundo gobernado por las leyes naturales. En consecuencia, Pablo tuvo la oportunidad de presentarles al Dios Creador quien podía ser conocido. Al evangelizar a los paganos, Pablo tomaba como punto de partida la creación que es la revelación general de Dios. Pablo adaptaba su discurso a sus oyentes, dado que si su público era judío, siempre comenzaba por el Antiguo Testamento, haciendo referencia a los patriarcas, profetas e historias antiguas.

Así, en pleno conocimiento, como griego que era, de las creencias epicúreas es que Pablo proclama al “Dios que hizo el mundo”[32] contradiciendo las creencias de aquellos que consideraban que la materia era eterna y por ende no debía su existencia a un agente creador, y también a los estoicos que como panteístas creían que Dios era parte de todas las cosas y no habría podido crear por iniciativa y poder propios. Y, a esto le añade, que en consecuencia a la obra creadora de Dios surge todo el linaje de los hombres. Nuevamente, golpeaba fuerte el orgullo de su auditorio porque Pablo estaba expresando que tanto griegos como no griegos, a quienes éstos consideraban bárbaros, eran iguales. De esta manera, prosigue su presentación y en ella incorpora una cita del poeta cretense Epiménides* cuando dice “en él vivimos, y nos movemos, y somos”.  Con esta frase, sostiene que los hombres son los que pueden generar ideas, pero que son las creencias las que envuelven las vidas de las personas. También, la frase “porque linaje suyo somos…”, y cómo lo expresó el mismo Pablo, era una cita de Arato**, quién provenía de la región de Cilicia, de dónde también él era oriundo. De esta manera, Pablo presentaba al Dios no conocido, pero lo hacía a través de poemas y palabras que sí eran conocidas para los atenienses. Paralelamente, si el hombre era linaje del mismo Dios “…era necio pensar que Dios no sea más que un ídolo de fabricación humana”[33],  por lo tanto idolatría y las creencias antiguas en diversos dioses eran absurdas y contrarias al razonamiento lógico presentado ese día en el Aerópago.

Así, cuando el discurso buscaba llevarlos al razonamiento, se desprendía del mismo la idea de que hasta el momento su creencia había sido falsa y como los griegos eran muy miedosos de hacer enojar a sus dioses, Pablo se adelanta y dice que ese Dios presentado pasaría por alto el tiempo anterior, sostenido por otras creencias sin castigarlos. De esta manera, el objetivo del discurso no era asustar ni atemorizar a la gente, sino que lo que buscaba el apóstol era llevarlos a la reflexión en su tarea de extender el cristianismo llamándolos al arrepentimiento. Pero, al proseguir en sus palabras, Pablo retoma la idea de la resurrección de Jesús y la de los cristianos el día del Juicio Final en el que las acciones de cada uno serán puestas en justa balanza. En ese momento, el auditorio comenzó a burlarse dado que la mayoría de los que le escuchaban no creían en la resurrección de los muertos, ni en un alma inmoral.  Los epicúreos consideraban que si una persona moría el alma se desintegraba, por tal motivo muchos de los que le habían oído  no creyeron en el mensaje de Pablo. La Biblia sólo señala que “…algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos.”[34] Aparentemente, se trataba de un grupo muy reducido de personas, posiblemente una familia dado que se nombra a un hombre importante, una mujer y ‘otros con ellos’. De cualquier manera, no se brinda mayor información, dado que el discurso termina y el viaje de Pablo continúa a otras regiones. Su misión había sido cumplida y aún, por uno sólo, hubiese valido la pena el esfuerzo, la discusión, el alboroto y las palabras dichas desde la perspectiva del protagonista evangelizador.



IV.             La uniformidad provocada por el Cristianismo

La salida de muchos creyentes de Jerusalén trajo como consecuencia el esparcimiento del cristianismo. Así, la tarea de Pablo fue muy importante y extensa creando comunidades de cristianos y ganando gente para su fe.  Pablo estaba sumamente convencido que no había otro evangelio que el predicado  y vivido por él después de su conversión. Su mensaje sobre la inminencia de últimos tiempos y el fin del mundo; el juicio para vivos y muertos; y, la salvación o condenación según se acepte o no la figura de Cristo corresponden a la escatología de la comunidad cristiana primitiva. Según lo señala el autor José María Blazquéz “Pablo desarrolla la teología de la preexitencia de los helenistas: Jesús es de naturaleza divina (…) [Y] También desarrolla una teología de la cruz. Se trata de un plan divino y misterioso, cuyo significado sólo es adquirido por los que se han llegado al verdadero conocimiento.”[35] Dicha teología de la cruz, conlleva la idea del pecado original dado que Jesús murió en representación de toda la humanidad  y por el pecado de ésta; concepto diferente a los sostenidos por la creencias de la época. Así, más que una reconstrucción de la vida de Jesús, Pablo retomaba constantemente el hecho de la muerte y resurrección del mismo, verdadero hito histórico para el predicador. Por tal motivo, sostenía que Jesús era el Mesías, el salvador de la humanidad y que sólo se podía acceder a esa salvación creyendo, por medio de la fe.

Las enseñanzas del Apóstol Pablo han perdurado hasta hoy en las comunidades religiosas que continuamente retoman sus dichos, sus enseñanzas y consejos. Por tal motivo, por medio de las cartas escritas durante su cautiverio a muchas iglesias fundadas por él, es que Pablo se ocupa de la enseñanza y de la conducta de los creyentes, como por ejemplo la carta a los Romanos. La iglesia de Corinto también fue motivo de que Pablo les escribiera en dos grandes cartas en las que también hace referencia al manejo que deben tener aquellos que se precian de creyentes, los llamados santos en un mundo de pecado; aunque también expone temas relacionados a la resurrección y la unidad de la iglesia.

De esta manera, con oposiciones, lentamente pero avanzando, el cristianismo fue ganando terreno. Así, fue consiguiendo una uniformidad en las formas de vida, en los valores morales y en las creencias. Las sociedades antiguas pertenecientes al Imperio Romano que se convirtieron (ya sean judíos, griegos, romanos) experimentaron una ruptura enorme al pasar de ser politeístas e idólatras a creer en un único Dios del cual no es posible hacerse imagen. Todos ellos, con costumbres diversas en sus orígenes comenzaron a respetar los mismos mandamientos y preceptos; es más, muchos de ellos  una vez convertidos no querían ser miembros de los ejércitos romanos para no matar, ni tener cargos públicos para no caer en actos corruptos. De la misma manera, los cristianos, aconsejados por los diferentes predicadores y evangelistas, mantenían un orden que los apartaba de costumbres paganas y fiestas dedicadas a los dioses, del consumo excesivo de alcohol, la poligamia, las mentiras y el engaño. En la epístola de Pablo a los Efesios, éste los aconsejaba expresando: “Andad como hijos de Luz”[36] apartándose de todas las cosas consideradas malas (fornicación, inmundicia, palabras deshonestas, idolatría, truhanerías, insensatez, entre otras cosas), sino más bien dependiendo de Dios.



V.                Conclusión

Si bien el Cristianismo nació en Palestina, que dicha zona perteneciera al Imperio Romano facilitó su expansión, dado que su estructura y canales de comunicación le proveyeron a los evangelistas los medios necesarios para extender el mensaje de Jesús. Así, podemos afirmar que “…el cristianismo no nace solo, en el vacío, sino que -como encarnación que es-- nace en medio de un mundo en el que ha de tomar cuerpo, y aparte del cual resulta imposible comprenderle…”[37] La organización administrativa del Imperio prefiguró la organización de la Iglesia; y, las leyes romanas sirvieron de inspiración al lenguaje teológico latino. Además, la ética propuesta por el Cristianismo tenía mucho en común con el carácter práctico romano.

Como se ha expresado, la predicación del evangelio comenzó dentro del mundo judío ganando como primeros seguidores a los denominados judíos cristianos (la diferencia entre éstos dos era que los primeros creían que el Mesías aún no había llegado y los judíos cristianos eran los que habían aceptado que el Mesías era Jesús, había muerto y resucitado). Inmediatamente, el cristianismo alcanzó a los gentiles con la predicación del Apóstol Pablo que negó la necesidad de que los nuevos convertidos aceptaran la circuncisión, es decir, que primero se hicieran judíos para luego convertirse al cristianismo. Así, Pablo aseguraba que la conversión se daba de manera directa sólo con creer en la obra de Cristo siendo bautizados como gentiles.   

Por consiguiente, y a través de sus cuatro viajes misioneros, Pablo logró su cometido de extender el cristianismo y consolidar Iglesias. Igualmente, pasarán muchos años hasta que el cristianismo se convierta en una religión aceptada en el Imperio. Sin embargo, el número de nuevos creyentes crecía cada vez más; y, así se extendía en diversos estratos sociales. Al respecto debemos señalar que, la idea de que el cristianismo estuviera dedicado a los sectores más bajos de la sociedad hoy en día está siendo cuestionada. Por lo visto en este trabajo, y conociendo el nivel discursivo de Pablo, ningún campesino hubiera entendido sus palabras o hubiera tenido tiempo de dejar sus labores para ir a escucharlo al Areópago. En su discurso en Atenas, el auditorio estaba repleto de gente instruida y de los sectores sociales más importantes. Recordemos que uno de los que aceptó el mensaje dado por Pablo era un areopagita, es decir un ciudadano importante en dicho momento.  

De esta manera, el mensaje pretendía generar una conciencia vinculada a la espiritualidad y a la fe brindando nuevas normas de vida, de comportamiento, de moral y de relacionarse con los demás. Así, la esencia misma del cristianismo se extendía con fuerza propia, pero transportada por los pies de aquellos que dedicaron su vida a su predicación, como lo hizo Saulo de Tarso una vez convertido en el Apóstol Pablo.





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[1] Hch. 17: 16-34. La Biblia. Versión Reina Valera 1960. Sociedades Bíblicas Unidas. 1998. p. 858.
[2] PABLO/ SAULO de TARSO. Si bien el mismo Pablo se encarga de aclarar que  no es Apóstol por no haber caminado con Jesús, se lo considera así por haberse encontrado con él en su conversión camino a Damasco. Al respecto resultan sumamente interesantes las palabras del historiador Crossan, cuando expresa: “Al menos para Lucas, autor de los Hechos de los Apóstoles, Pablo no era uno de los Doce Apóstoles y nunca habría podido serlo, pues no acompañó a Jesús todo el tiempo. Para Lucas sólo hay Doce Apóstoles e, incluso después de eliminar a Judas, no es Pablo el encargado de sustituirlo. Para Lucas Pablo es el gran misionero de los gentiles, pero no un Apóstol. Por eso Pablo, que pone de relieve su autoridad apostólica al comienzo de muchas epístolas, debe establecer en 1 Cor 15,1-11 la diferencia existente entre «los Doce» y «todos los apóstoles», pues si sólo existieran Doce Apóstoles, él quedaría excluido de este círculo encantado para siempre. (…) Desde luego no puede pretender ser uno de los Doce, pero lo que sí puede pretender —y desde luego así lo hace—, es ser un apóstol, un enviado —que es lo que significa la palabra apostólos en griego— de Dios y de Jesús. Aunque al final admite su carácter tardío, y pese a insistir en la gracia de Dios, la última frase no deja lugar a dudas: Yo por una parte y ellos por otra, pero, en cualquier caso, todos somos apóstoles; y yo soy igual que ellos.”. CROSSAN, J. D. Jesús: Biografía revolucionaria. Grijalbo Mondadori. Barcelona. 1996. pp. 183 -185 
[3] Cronología extraída de: Santa Biblia de Estudio Arqueológica. Nueva Versión Internacional, Editorial Vida. Miami. 2009. P.1810.
[4] GONZÁLEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Desde los inicios hasta el concilio de Calcedonia. Tomo I. Caribe. Colombia. 2002. p. 21.
[5] MOMIGLIANO, A. Estudios bíblicos y Estudios clásicos: simples reflexiones sobre el método histórico”. S/D. p.20 (Bibliografía complementaria de la Cátedra).
[6] GONZÁLEZ, Justo L. Historia del Pensamiento Cristiano. Desde los inicios hasta el concilio de Calcedonia. Tomo I. Caribe. Colombia. 2002. p. 30.
[7] Ídem. p. 31.
[8] La palabra  hebrea que designaba el nombre de Dios era Yahveh, nombre compuesto por cuatro consonantes YHVH (el tetragrámanton – palabra compuesta por cuatro letras-) que significaba “Yo Existiré por mí mismo ”. Los hebreos consideraban tan grande a su Dios que era imposible darle una existencia limitada con un nombre; por eso, dichas letras al carecer de vocales se hacían impronunciables, lo que designaba respeto ante el Dios Único.
[9] CROSSAN, J. D. El nacimiento del Cristianismo. Qué sucedió en los años inmediatamente posteriores a la ejecución de Jesús. Ed. Sal Terrae. España. p. 212.
[10] BROWN, P. El  primer milenio de la cristiandad occidental. Crítica. Barcelona 1997. Segunda Parte: Legados diversos (500-700) p. 94.
[11] Fil. 3:5. La Biblia. Versión Reina Valera 1960. Sociedades Bíblicas Unidas. 1998 p. 913.
[12] VILA VENTURA, Samuel y ESCUARIN, Santiago. Nuevo diccionario bíblico ilustrado. Editorial Clie. Barcelona. 1985. pp. 851-852.
[13] Hch. 26:10. La Biblia. Versión Reina Valera. 1960. Sociedades Bíblicas Unidas.  p. 866.
[14] Hch. 23: 6. La Biblia. Versión Reina Valera. 1960. Sociedades Bíblicas Unidas. p. 863.
* FARISEO. Traducción griega de una palabra en arameo que significaba separado. Conformaban uno de los tres partidos judíos junto con los saduceos y esenios. Con gran influencia en el manejo de la vida religiosa de los judíos, los fariseos eran considerados los guardianes y los doctores de la Ley. (VILA VENTURA, Samuel y ESCUARIN, Santiago. Nuevo diccionario bíblico ilustrado. Editorial Clie. Barcelona. 1985. pp. 372- 373.)
[15] GONZÁLEZ, J. L. Ob. Cit. p. 33.
[16] GONZALEZ, J. L. Ob. Cit. pp.31-32.
* Personaje analizado por Peter Brown en: El  primer milenio de la cristiandad occidental. Crítica. Barcelona 1997.
[17] Hch. 22: 3. La Biblia. Versión Reina Valera. 1960. Sociedades Bíblicas Unidas.  p. 862.
[18] VILA VENTURA, Samuel y ESCUARIN, Santiago. Nuevo diccionario bíblico ilustrado. Editorial Clie. Barcelona. 1985. p. 852.
[19] Hch. 9:1-19. La Biblia. Versión Reina Valera. 1960. Sociedades Bíblicas Unidas. pp. 848 – 849.
[20] 1º Co. 7: 19. La Biblia. Versión Reina Valera. 1960. Sociedades Bíblicas Unidas. p.887 y Ga. 5:6: 6:15. La Biblia. Versión Reina Valera. 1960. pp. 906 – 907.
[21] GALLEGÖ, J. “Campesinos griegos: de aldeanos a ciudadanos”. En: Campesinos en la ciudad. Bases agrarias de la pólis griega y la infantería hoplita. Ediciones el Signo. S/D pp. 22-23.
[22] KITTO, H- D. F. Los griegos. EUDEBA. Bs. As. 1995. p. 92.
* Como la calificó Weber y como lo retoma García Mac Gaw en su texto: La ciudad antigua: aspectos económicos e historiográficos. p. 240.
[23] KITTO. Ob. Cit. p. 93.
[24] TUCÍDIDES. II, 35 – 46. En: FIORETTI, S. R. (Dir. Col.) Guerra del Peloponeso. Atenas y Esparta (Siglo V a. C.).Fuentes para la Historia. Libro V. Ediciones Antígona. Argentina. 2001. p. 52.
[25] FINLEY,  M. I. Grecia primitiva: La edad de bronce y la era arcaica. EUDEBA. Bs. As.1987. p. 178.
[26] FINLEY, M. I. Ob. Cit. p. 177.
[27] DE COULANGES, F. La ciudad antigua. EMECE. Bs. As. 1945. p. 309.
[28] DE COULANGES, F. Ob. Cit. p. 310.
[29] Hch. 17: 16- 34. Biblia de estudio MacArthur. Versión Reina Valera. 1960.. Grupo Nelson. 2011. pp. 1513 -1514.
[30] Hch. 17: 16. Ídem. p. 1513.
[31] Hch. 17:17.  Ídem. p. 1513.
[32] Hch. 17:24 Biblia de estudio MacArthur. Versión Reina Valera. 1960.. Grupo Nelson. 2011. p. 1513. 
* Filósofo y poeta griego del S. VI a. C. Diógenes de Laercio comente sobre éste personaje: “Padecían peste los atenienses, y habiendo respondido la pitonisa que se lustrase la ciudad, enviaron a Creta con una nave a Nicias, hijo de Nicérato, para que trajese a Epiménides. Llegó, en efecto, en la Olimpíada XLVI, expió la ciudad y ahuyentó la peste de la forma siguiente: tomó algunas ovejas negras y blancas, las condujo al Areópago y las dejó para que de allí se fuesen a donde quisiesen, mandando a los que las seguían que donde se echase cada una de ellas las sacrificasen al dios más vecino al paraje. De esta manera cesó el daño. Desde entonces se hallan por los pueblos de los atenienses diferentes aras sin nombre en memoria de la expiación entonces hecha. En: http://www.e-torredebabel.com/Biblioteca/Diogenes-Laercio/Vida-Filosofos-Ilustres-Epimenides.htm
** Escritor griego del S. IV - III a.C. Compuso su poema más famoso, Fenómenos (Φαινόμενα), en la corte macedónica de Antígono II Gónatas y lo concluyó hacia el 275 a. C. Escribió otros poemas eruditos, algunos de temas médicos, hoy perdidos. Gozó de una gran reputación entre los alejandrinos primero y entre los romanos después.
[33] MACARTHUR, J. Biblia de estudio MacArthur. Versión Reina Valera. 1960. Grupo Nelson. 2011. p. 1514.
[34] Hch. 17: 34. Biblia de estudio MacArthur. Versión Reina Valera. 1960. Grupo Nelson. 2011. p. 1514.
[35] ALVAR, J.; BLAZQUEZ, J. M. y otros.  Cristianismo primitivo y religiones mistéricas .Cátedra. Madrid. 1995. p. 41.
[36] Ef. 5:1 – 20. La Bilbia. Versión Reina Valera 1960. Sociedades bíblicas unidas. 1986. pp. 909-910.
[37] GONZÁLEZ, J. L. Ob. Cit. p. 59.

domingo, 15 de mayo de 2016

EL ARTE PALEOCRISTIANO: DE LA SOMBRA DE LA CLANDESTINIDAD AL ESPLENDOR

Lourdes M. Wasinger
Rebeca N. Iorio
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires


En el presente trabajo monográfico se analizará la influencia que tuvo el Cristianismo, religión monoteísta proveniente de Oriente, en el arte de la ciudad de Roma, desde su aparición hasta el S. VI d. C. aproximadamente cuando se produjo la instalación de los pueblos bárbaros en el Imperio Romano de Occidente. Cabe destacar que el arte cristiano de los primeros tiempos se denomina arte Paleocristiano, dado que, como su prefijo “paleo” lo indica, hace referencia al arte de los antiguos cristianos.
           

La elección del tema de debe a que resulta interesante poder estudiar y vincular cómo se desarrolló y se manifestó la religión cristiana en el arte, ya que todo movimiento artístico nos deja su huella del pasado y nos transmite continuamente ideas, sentimientos, creencias, formas de expresión, costumbres, entre otros. Además, es importante remarcar que el arte resulta atractivo para los docentes en el desarrollo de la tarea áulica. Al mismo tiempo que se inculca a los alumnos la comprensión y el amor hacia él, toda expresión artística es también una fuente para el historiador y un recurso pedagógico en el cual los alumnos pueden obtener información sobre una época.


La intención del mismo es obtener conocimientos de los legados que nos dejó el Cristianismo en el arte y, luego de su respectivo análisis, poder relacionar las fuentes artísticas con los conocimientos históricos comprendidos y estudiados.


Para comenzar con el análisis debemos indicar que en la realización del mismo se utilizó bibliografía específica en relación a la Historia del Arte e imágenes sobre el tema.

Así, la monografía constará de las siguientes partes:
       I.            Contexto histórico en el que surgió el cristianismo en el Imperio Romano
    II.            El Arte Paleocristiano y sus características
 III.            Conclusión
 IV.            Bibliografía

I.                   Contexto histórico en el que surgió el Cristianismo en el Imperio Romano

Desde tiempos remotos, la religión que se profesaba en el Imperio Romano era la politeísta. Cada familia tenía sus propios dioses y sus rituales particulares, como también lo tenían, luego, las ciudades cuando se conformaron. Así lo expresó Fustel De Coulanges: “La tribu, como la familia y la fratría, estaba constituida para ser cuerpo independiente, puesto que tenía un culto especial, del que estaba excluido el extraño. (…) Dos tribus no podían fundirse en una; su religión se oponía. Pero, así como varias fratrías se habían unido en una tribu, varias tribus pudieron asociarse, a condición de que se respetase el culto de cada cual. El día en que se celebró esta alianza, la ciudad nació. […] Lo cierto es que el lazo de la nueva asociación siguió siendo el culto. […] En religión siguió subsistiendo una muchedumbre de pequeños cultos, sobre los cuales se estableció un culto común…”[1].


Sin embargo, en el corredor sirio-palestino, en la región de Judea se profesaba el judaísmo, una religión monoteísta que basa sus enseñanzas en la Torá. Durante el S. I d.C. la región fue convertida en provincia romana y, a raíz de esto, la población judía se dividió de acuerdo a sus intereses. Por un lado, la aristocracia y los sacerdotes aliados a los gobernantes romanos porque les mantenían sus privilegios. Por el otro, el resto de los judíos que se empobrecían cada vez más debido a los altos impuestos que debían pagar al Imperio Romano y acentuaba el descontento de la población. Otro de los motivos, por los que muchos judíos rechazaban el predominio romano en la región, se debía al culto pagano que no correspondía con sus tradiciones religiosas.


En este contexto, Jesús de Nazareth apareció como un revolucionario que se opuso al gran imperio gracias a los postulados que predicaba entre sus seguidores.  Estaba en desacuerdo con la opresión de los romanos y con aquella aristocracia que se beneficiaba de los flagelos tributarios impuestos al pueblo judío. Su prédica se basaba en la continuación del monoteísmo, ya que el Cristianismo deriva de la religión Judía,  en la justicia y en la equidad. Además, el amor al prójimo y el arrepentimiento era fundamental para poder construir una sociedad más justa y, luego, pertenecer al Reino de los Cielos. Así lo afirma Harry Boer: El mensaje de Jesús era sencillo. Él predicaba que el reino de Dios estaba cerca y que los hombres podían entrar en él por medio del arrepentimiento y la fe en el evangelio (Mr 1:14-15). El arrepentimiento que Jesús requería era por la desobediencia a la ley de Dios. Esta ley estipulaba que los hombres debían amar a Dios por sobre todo y a su prójimo como a sí mismos (Mt 22:34-40). El amor es el cumplimiento de la ley”.[2]


Estos preceptos iluminaron y atrajeron a gran cantidad de personas que no tenían una vida digna a causa de la explotación que vivían día a día en manos de los romanos.  Jesús comenzó a ser llamado ‘Mesías’, ‘el Hijo de Dios’ o ‘Cristo’ y  se ganó la enemistad de los romanos y la aristocracia judía. Fue acusado de traidor porque no respetaba el culto del Imperio y fue crucificado en tiempos del gobernador romano Poncio Pilatos hacia el año 33 d. C. aproximadamente. Luego de su muerte, el Cristianismo se extendió a diversos lugares a través de sus seguidores que comunicaban las enseñanzas del ‘Mesías’. Jouco Bleeker y Widengren afirman al respecto: Poco después de la muerte de Jesús—cuya fecha exacta no es posible dar—el cristianismo empezó a difundirse más allá de los límites de Palestina”[3].


Sin embargo, la expansión de la nueva religión monoteísta no fue sin sobresaltos. Su expansión planteó problemas con el Estado romano. Los profesores Marcel Simon y André Benoit comentan: “El desarrollo y la expansión del Cristianismo plantearon en seguida el problema de las relaciones entre la Iglesia y el Imperio. ¿Cómo reaccionaría el poder ante esta nueva sociedad religiosa? […] Por lo que al Imperio se refiere, hubo una progresiva toma de conciencia del peligro que para él representaba la existencia y el rápido desarrollo del cristianismo, al que veía como un cuerpo extraño y capaz, a la larga, de poner en peligro su cohesión interna”[4]. El peligro que representaban los cristianos se debía a que se negaban a participar de los rituales paganos y esta decisión era tomada como un grave delito por las autoridades romanas, ya que la negativa a participar podía provocar graves infortunios al Imperio. Por este motivo, comenzaron las persecuciones a los cristianos en todo el vasto imperio. Hubo dos etapas de persecución: entre los S.I y II d.C eran de carácter local impuestas por el gobernador para mantener el orden y entre los S. III y IV d.C de carácter general, ya que eran impuestas por el emperador. A partir de ese momento, las persecuciones se transformaron en política del estado imperial porque los cristianos no se alistaban en el servicio militar para no matar, no participaban del juramento al Emperador y trastocaban el orden social con la predicación de la igualdad entre todos los seres humanos. Por lo tanto, las persecuciones no se realizaban por cuestiones de fe, si no por poner en peligro el orden impuesto desde el imperio. Al respecto, el historiador argentino José Luis Romero explica: “En el siglo III el número de creyentes era ya tan crecido que el estado podía considerar al cristianismo como un peligro público. No podía temerse, naturalmente, una conjuración para apoderarse del poder; pero una imprecisa sospecha advertía de la existencia de otros peligros reales…”[5].


Durante el S. III, se promulgaron decretos imperiales para debilitar y desorganizar al Cristianismo. Se les prohibió que practicaran públicamente su culto y las reuniones en los cementerios. Los desobedientes eran condenados a muerte, se atacaba a la jerarquía de la Iglesia para que no haya líderes y se confiscaban los bienes de la Iglesia como de sus fieles. Hubo persecuciones muy sangrientas y la última se realizó bajo el reinado del emperador Dioclesiano entre los años 303 a 305 d.C. El objetivo central era eliminar a esta religión del mundo romano. Es importante aclarar que para el historiador Peter Brown, los cristianos no fueron perseguidos en todo momento y, para él, este pensamiento se asocia a un mito: “Lo cierto es que no tiene sentido el mito romántico, surgido en una época muy posterior, que hace de los cristianos una minoría acosada en todo momento, literalmente obligada a refugiarse en las catacumbas de una persecución incansable”[6].


Sin embargo, las decisiones de los emperadores anticristianos no tuvieron el éxito que se esperaba. Los cristianos no rehuían de su fe en el Dios único y los mártires (cristianos que murieron en la defensa de sus creencias) eran el ejemplo a seguir por el resto de la comunidad. A raíz de esto, el emperador Constantino reconoció a la Iglesia cristiana para encontrar en ella una aliada que no trastoque la base de su poder: “…es cierto que esta ‘conversión’ no perjudicó, sino todo lo contrario, a los objetivos políticos de Constantino: éste comprendió la importancia que el Cristianismo iba a tener para su futuro político, y jugó la carta del Imperio cristiano tanto en el plano político como en el personal”[7].


De esta manera, en el año 313 d.C. se promulgó el “Edicto de Milán” en el cual se declaró la tolerancia para los seguidores de la religión Cristiana y comenzar una nueva etapa de relaciones con la Iglesia. Hacia el año 325 d.C. se convocó el “Primer Concilio de Nicea” para establecer definitivamente la doctrina cristiana contra las herejías* que estaban circulando dentro del Imperio. Finalmente, el emperador Teodosio I en el año 380 d.C. declaró al Cristianismo religión oficial del Imperio Romano mediante el “Edicto de Tesalónica”. A pesar de este vuelco religioso y del triunfo del Cristianismo, el paganismo se mantuvo un tiempo prolongado en la vida de los romanos, incluso en la cotidianeidad de algunos conversos: “…el paganismo estaba demasiado enraizado en el corazón de todos los cristianos bautizados, siempre dispuesto a reaparecer en forma de ‘reminiscencias paganas’. El mensaje fundamental de la cristianización…no hablaba de triunfo absoluto. Hablaba antes bien de un pasado aún no superado que ensombrecía perennemente el avance del presente cristiano”[8]


Es en este contexto histórico de persecuciones, muertes y, luego, tolerancia hasta proclamar al Cristianismo como religión oficial en el que se desarrolló un arte cargado de simbolismo denominado “Arte Paleocristiano”.

II.                El Arte Paleocristiano y sus características

Una de las características predominantes del Arte Paleocristiano fue su influencia religiosa y, sobre todo, simbólica en los primeros tiempos del surgimiento del Cristianismo en todo el Imperio Romano. Juan Plazaola Artola**, en la introducción de su libro titulado “Historia del Arte Cristiano”, aclara que la utilización de las dos palabras “arte cristiano” nos introduce en un problema, ya que Jesús de Nazareth no ha dejado ningún testimonio sobre la creación artística y su anuncio de la Buena Nueva no inducía a sus seguidores a un culto que contribuya a las “artes plásticas”. El mismo autor realiza una división en su libro en torno al Arte Paleocristiano que abarca dos capítulos: una parte inicial denominada “El primer arte cristiano (hasta el 313)” y el segundo capítulo “Dos siglos de Crecimiento (313-526)”[9].


Juan Plazaola Artola explica que las primeras comunidades cristianas heredaron de los judíos la prevención de un arte representativo para evitar caer en la idolatría y adoptaron un lenguaje simbólico. Asimismo, la religión cristiana, a medida que se expandía por la zona mediterránea, era influenciada por la cultura helenística que se caracterizaba por su decoración,  su arte ornamental y el retrato de sus dioses.


Los primeros cristianos se reunían en casas particulares para celebrar sus prácticas religiosas y, sólo más tarde, se utilizaron las basílicas para la realización de los mismos. Según Juan Plazaola Artola hay que desprenderse de la idea de “templo” para celebrar la liturgia religiosa, ya que cualquier lugar era útil para hacerlo. Al respecto, Peter Brown dice: “Las iglesias cristianas del siglo III probablemente fueran algo bastante más humildes que todo eso, simples salas de reunión dispuestas en la estructura ya existente de las casas”.[10] Además, los especialistas en arqueología afirman que las iglesias primitivas fueron reacias a las imágenes. Por lo tanto, las figuras que comenzaron a adornar las paredes de las catacumbas y en los relieves de los sarcófagos fueron símbolos y alegorías que no son anteriores al S. III d.C. El sacerdote jesuita explica que son figuras rudimentarias, algunas eluden a la salvación como el Buen Pastor, a Adán y Eva en el paraíso, la curación del paralítico, la resucitación de Lázaro, entre otras.


Como Roma es la ciudad símbolo de la cristiandad en Occidente se encontraron en ella antiguas catacumbas, es decir, antiguos cementerios romanos excavados en la casa patricia de algún romano cristiano en el que se enterraban a los mártires y servían de escondite a los cristianos durante las persecuciones. Así lo expresa Diego Angulo Iñiguez: “Las únicas manifestaciones arquitectónicas de las primeras agrupaciones de cristianos son de carácter subterráneo y, artísticamente consideradas, muy pobres. Se reducen a los cementerios o catacumbas que, valiéndose del derecho de labrar enterramientos corporativos concedidos por las leyes romanas, excavan los cristianos, aprovechando en parte las galerías de las canteras abiertas en las afueras de la ciudad para obtener materiales de construcción”[11]. Sobre el tema, Arnold Hauser agrega lo siguiente: “Encontramos aquí un arte simple y popular, al menos en sus comienzos…”[12]


Una de las más antiguas catacumbas de Roma es la llamada de San Calixto” (figura 1) y también la cripta de Ampliato de la catacumba de Domitila y la Capella Graeca de la de Priscila. En palabras de Juan Plazaola Artola se explica lo siguiente: “Puede decirse que es en las paredes de esas altas y estrechas galerías, junto a una infinidad de inscripciones, donde nació el primer arte cristiano, un arte sencillo, ingenuo y casi doméstico. Las imágenes que empezaron a esbozar aquellos artistas parecen una ‘plegaria figurada’ más que catequesis o exposición doctrinal”[13]. Se utilizaron símbolos naturales como el pez (figura 2) o delfín, ya que esté gozaba de reputación entre los hombres y de ayudar a los náufragos; las palomas, que aluden a la eucaristía y la bienaventuranza; el fénix y el pavo real símbolos de la resurrección; los orantes (figura 3); el pastor con las ovejas simbolizando a Cristo (figura 4); el paraíso se representaba a través de un jardín idílico. Algunas de estas representaciones ya se utilizaban en el paganismo, pero ahora tienen una significación cristiana. También se buscó el simbolismo en ciertos pasajes de la Biblia. Por ejemplo: Noé salvando a su familia en el arca era sinónimo de un Cristo victorioso ante la muerte y salvando a su iglesia. Hacia principios del S. IV d.C. se advierten retratos más personalizados de los difuntos.


Es importante remarcar que la escultura era rechazada debido a la cercanía con los cultos paganos. Por lo tanto, lo que sí se encuentran en estos primeros siglos son los relieves de los sarcófagos en los que se hallan habitualmente las imágenes del pastor, temas bíblicos y la imagen del Filósofo que hacía referencia a que Cristo era el verdadero Maestro que poseía la verdadera sabiduría.


Los primeros cristianos quisieron hacer hincapié en el sentido que le dieron a aquellas manifestaciones artísticas. Ese sentido era la afirmación de que tenían un salvador: “’Tenemos un Salvador’, parece decirnos este primer arte cristiano, con una emotiva elocuencia”[14].


                                                    Figura 1: Catacumba de San Calixto


Figura 2. Pez y pan eucarísticos, pintura sobre la pared de la cripta de Lucina, en la catacumba de San Calixto.

Figura 3. Orante en la   Catacumba de Priscila.  


Figura 4. Fresco del Buen Pastor en la catacumba de Priscila.


Con el “Edicto de Milán” proclamado por Constantino comenzó una nueva etapa para el arte cristiano, ya que puso su autoridad a disposición del culto cristiano. Los emperadores que le sucedieron siguieron su ejemplo, sobre todo, Teodosio cuando proclamó al Cristianismo religión oficial del Imperio.


Los cristianos ya no debían ocultarse y necesitaban lugares amplios para la reunión de los fieles. Por lo tanto, el modelo de los templos paganos no les era útil, ya que eran pequeños para albergar a la cantidad de cristianos en el S. IV d.C. y en el interior sólo había un pequeño altar para colocar la estatua del dios. La solución fue tomar como modelo “…las grandes salas de reunión que en la época clásica habían sido conocidas con el nombre de basílicas, que aproximadamente quiere decir salas reales. Estas construcciones eran empleadas como mercados cubiertos y tribunales públicos de justicia…”[15]. La forma de la basílica era rectangular, el ábside semicircular fue empleado para el altar donde el sacerdote diría su homilía, la sala central en la que se congregaban los fieles fue llamada nave mientras que las salas laterales se las denominó alas (figura 5).


Más allá de la salida de la clandestinidad del arte cristiano, se seguía planteando el problema con respecto a la utilización de las imágenes sagradas. Sin embargo, en la segunda mitad del S. IV d.C., la Iglesia siguió pregonando las figuras simbólicas y hubo un acuerdo en que no debía haber estatuas en la casa de Dios, ya que se consideraba una herencia del paganismo. De lo contrario, en la pintura hubo otra visión sobre le tema. Las pinturas eran consideradas útiles porque tenían un tinte pedagógico al enseñar a través de ellas ciertos acontecimientos sagrados. Así, el papa Gregorio el Grande recordaba que las imágenes enseñaban a quienes no sabían leer ni escribir. El arte debía ser claro y sencillo para el entendimiento de los fieles. Además,  surgieron nuevos temas iconográficos como la representación del cordero, los apóstoles y una nueva figura de Cristo. Este ya no aparece solamente como un joven imberbe, si no que posee rasgos de señor, anunciando de alguna manera el triunfo de la Iglesia. En esta época de libertad religiosa hay un desarrollo de las pinturas en las catacumbas y, también, un auge por la devoción de las reliquias de los mártires. Con respecto a los sarcófagos, Juan Plazaola Artola manifiesta que son numerosos los relieves funerarios de los S. IV y V (figura 6). Cristo aparece en un lugar central y como un maestro entronizado.


La tranquilidad y el poder del Imperio Romano no iban a durar muchos siglos. La constante llegada de los bárbaros al Imperio Romano de Occidente provocaron la declinación del arte occidental perjudicando la empresa edilicia del tiempo anterior. A pesar de estos acontecimientos históricos, el sacerdote jesuita recalca que en Italia hubo dos excepciones que vale nombrarlas: la Basílica de Santa Sabina y la de Santa María la Mayor, ambas ubicadas en Roma.


La Basílica de Santa Sabina (422-440) (figura 7) posee una nave central alta y larga; flanqueada por dos naves estrechas, con enormes ventanas y veinticuatro columnas de hermosos mármoles. Pero lo que le ha dado fama son sus puertas de madera, de las que se han conservado dieciocho paneles en los que se tallaron escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. El más importante es el que posee la escena de la crucifixión de Cristo.


La Basílica de Santa María la Mayor (figura 8), construida por el papa Liberio (352-356), fue reconstruida por el papa Sixto III (432-440). En ella, las dos columnatas, sus entablamentos, los muros superiores y los mosaicos del arco triunfal dedicados a la Virgen María datan del S. V d.C.


No debemos olvidar que durante la época de Constantino se erigieron mausoleos o construcciones de planta circular como el que se encuentra en Roma referido a Santa Elena (figura 9). También a este tipo de templos de proporciones cuadradas pertenecen las capillas bautismales. Estas son de origen pagano, pero se las utilizaba en el cristianismo para la inmersión en el bautismo.


Para finalizar, es necesario remarcar lo que afirma el historiador del arte José Pijoán en relación al arte cristiano en la ciudad de Roma: “…la vida de la Iglesia primitiva en ningún lado puede verse plásticamente como en Roma; así como las catacumbas producirán al estudioso alguna desilusión, porque la mayor parte de sus frescos han desaparecido, las basílicas romanas de los dos primeros siglos después de la Paz de la Iglesia son tan abundantes, que causan singular sorpresa. Aunque el arte cristiano en Roma no hubiera hecho más que repetir lo que ya existía en las iglesias de Siria, siempre en Roma encontraríamos esos innumerables y grandiosos monumentos que la han consagrado como capital artística del cristianismo y el lugar más á propósito para aprender á conocer las creaciones estéticas de la nueva religión”[16]

                
          
                                                            
 Figura 5. Planta Basilical                                             Figura 6. Sarcófago de Giunio Basso





                                       Figura 7. Basílica de Santa Sabina en Roma.


                                       Figura 8. Basílica de Santa María la Mayor en Roma.



                                        Figura 9. Mausoleo de Santa Elena en Roma.

III.             Conclusión

Es importante hacer hincapié en las distintas etapas por las que transcurrió el Cristianismo desde su surgimiento en el corredor sirio-palestino, específicamente en la región de Judea donde la religión que se profesaba era la judía, y su expansión hacia otras zonas del Imperio Romano hasta la proclamación del “Edicto de Milán” por Constantino en el 313 d,C. En esas distintas etapas de la nueva religión monoteísta se observan diferencias importantes en la producción artística de los primeros cristianos. La ciudad de Roma es la elegida para observar estos cambios por ser la ciudad capital artística del Cristianismo en el Imperio Romano.


En los inicios, los primeros cristianos sufrieron fuertes persecuciones por tener marcadas diferencias con la religión del Imperio que era de carácter politeísta. Los cristianos no adoraban, ni realizaban sacrificios, ni participaban del culto a la cantidad de dioses que veneraban los romanos. Pero las persecuciones ordenadas por los emperadores comenzaron en los S. III y S. IV d.C., ya que consideraban que los cristianos ponían en peligro las bases del Imperio con la proclamación de la igualdad y amor al prójimo. En esta etapa, muchos cristianos debieron esconderse en las catacumbas y realizar allí sus rituales al Dios Único. Por consiguiente, la característica artística principal era la simpleza, lo tosco y, sobre todo, lo simbólico. En ocasiones se tomaron ciertas figuras con un pasado pagano, pero ahora tenían una nueva significación para el cristianismo. Además, trataron de evitar las representaciones de personas para evitar caer en una idolatría y, por tal motivo, las esculturas no son desarrolladas en esta etapa. Sólo se encuentran algunos sarcófagos con relieves que muestran pasajes bíblicos. A raíz de lo ya mencionado, el arte de los primeros cristianos era un arte clandestino.


Pero esa clandestinidad llegó a su fin en el s. IV con Constantino primero y luego con Teodosio I cuando decide proclamar al Cristianismo religión oficial del Imperio Romano. Así, el arte cristiano se retiró de las sombras para llenarse de luz y esplendor hasta la llegada de los bárbaros. Comenzó a florecer la arquitectura. Se tomó como base de las grandes iglesias la planta basilical para albergar a la cantidad de fieles que se reunían para escuchar la palabra de Dios a través de un sacerdote. Además, la cantidad de relieves en los sarcófagos aumentó y surgieron nuevos temas iconográficos. Con respecto a las imágenes, seguía habiendo una controversia importante, pero se resaltó la importancia de su finalidad pedagógica para los analfabetos.


De esta manera, conociendo la influencia y las huellas que dejó el Cristianismo en el arte, no sólo para los que se dedican a estudiar Historia sino también para cualquier sujeto histórico, es fundamental pensar que desde el arte también se puede interpretar y pensar la Historia como proceso. El arte debe ser una herramienta que nos acerque a vivir el pasado. Los docentes debemos tener en claro que las únicas fuentes que tenemos no son sólo los textos escritos. En el transcurso del S. XX  se accedió a una amplitud de las fuentes a las que debemos conocer y manejar. Así lo expresa Lucien Febvre: Hay que utilizar los textos, sin duda. Pero todos los textos. Y no solamente los documentos de archivo en favor de los cuales se ha creado un privilegio (...). También un poema, un cuadro, un drama son para nosotros documentos, testimonios de una historia viva y humana, saturados de pensamiento y de acción en potencia...”[17].

IV.             Bibliografía

ANGULO IÑIGUEZ, D. Historia del Arte. Distribuidor E.I.S.A., Madrid, 1962.
BOER, H. Historia de la Iglesia Primitiva. Editorial UNILIT, Cap. 2. (faltan datos).
Brown, P El primer milenio de la cristiandad occidental. Crítica, Barcelona, 1997.
DE COULANGES, F. La ciudad antigua. EMECE, Buenos Aires, 1ra ed. en español 1945.
FEBVRE, Lucien. Combates por la Historia. Ariel, Barcelona, 1992.
GOMBRICH, E. La Historia del Arte. Editorial Diana, México, 1998.
HAUSER, A. Historia social de la Literatura y el Arte. Guadarrama, Madrid, 1963.
JOUCO BLEEKER, C. y WIDENGREN, G. Manual de Historia de las religiones. Ediciones Cristiandad, Madrid, 1973.
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[1] DE COULANGES, F. La ciudad antigua. EMECE. Buenos Aires 1ra ed. en español 1945, pp. 202-203.

[2] BOER, H. Historia de la Iglesia Primitiva. Editorial UNILIT, Cap. 2, p.1.
[3] JOUCO BLEEKER, C. y WIDENGREN, G. Manual de Historia de las religiones. Ediciones Cristiandad, Madrid, Tomo 2, p. 67.
[4] SIMON, M y BENOIT, A. El judaísmo y el cristianismo antiguo. Colección Nueva Clío, Editorial Labor, Barcelona, 1972, p. 70.
[5] ROMERO, J. L. La cultura occidental. Siglo XXI Editores, Argentina, 2004, p. 28.
[6] Brown, P El primer milenio de la cristiandad occidental. Crítica. Barcelona 1997, p. 32.
[7] SIMON, M y BENOIT, A. Op. cit, p. 131.
*El término proviene del griego ‘heresis’ que significa ‘elección’. Por lo tanto, es una doctrina contraria a los dogmas de fe establecidos por una religión. Es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata, es decir, a la separación de los sacramentos de la Iglesia.
[8] Brown, P. Op. Cit., p. 94.
** Fue un sacerdote jesuita nacido en la provincia española de Gipuzcoa en 1919. Fue licenciado en Filosofía y Teología, Doctor en Letras y en Filosofía. Se destacó como profesor e investigador y autor de varios libros relacionados con el arte y la religión cristiana. Falleció en el año 2005.
[9] PLAZAOLA ARTOLA, J. Historia del Arte Cristiano. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1999.
[10] Brown, P. Op. Cit., p. 32.
[11] ANGULO IÑIGUEZ, D. Historia del Arte. Distribuidor E.I.S.A., Madrid, 1962, p. 212.
[12] HAUSER, A. Historia social de la Literatura y el Arte. Guadarrama, Madrid, p. 161.
[13] PLAZAOLA ARTOLA, J. Op. Cit., p. 11.
[14] Idem, p. 14.
[15] GOMBRICH, E. La Historia del Arte. Editorial Diana, México, p. 133.
[16]PIJOÁN, J. Historia del Arte. El Arte a través de la Historia. Salvat, Barcelona, 1915, Tomo II,  P. 46.
[17] FEBVRE, Lucien. Combates por la Historia. Ariel. Barcelona 1992. pp. 29-30.